"El apoyo a Castillo en el mundo andino es comprensible por razones de identidad, pero es difícil que se sostenga en otras regiones donde muchos no votaron por él y ya rechazan la presencia de personas como Bellido en el Gabinete". (Foto: archivo/GEC)
"El apoyo a Castillo en el mundo andino es comprensible por razones de identidad, pero es difícil que se sostenga en otras regiones donde muchos no votaron por él y ya rechazan la presencia de personas como Bellido en el Gabinete". (Foto: archivo/GEC)
Alfredo Torres

Los ajustados resultados de la segunda vuelta electoral, donde le ganó a Keiko Fujimori 50,1 a 49,9% dejaron la impresión de que el Perú se había polarizado amargamente, más aún dado el intenso sentimiento antifujimorista y anticomunista que definió el voto de muchos ciudadanos.

El origen campesino del profesor cajamarquino, el sesgo geográfico del Gabinete con 11 de 19 ministros nacidos en poblaciones andinas y el discurso del 28 de julio, donde Castillo saludó a “los hermanos de los pueblos originarios” e ignoró a la población mestiza, pretendía expresar el triunfo del “Perú profundo” sobre el electorado de la capital.

No tenía por qué haber sido así. Otros presidentes que llegaron al poder con el voto del interior del país y derrotaron a la candidatura preferida de Lima –como Ollanta Humala en el 2011– iniciaron sus mandatos con un llamado a la unidad nacional, en sintonía con la opinión pública. Ahora también, de acuerdo a una encuesta de El Comercio-Ipsos, un 85% le pedía a Castillo que gobierne con los mejores profesionales, tanto partidarios como independientes y un 11% solo con miembros de su partido y aliados. Al desoír ese mandato y entregarle el premierato a un político tan controversial como Guido Bellido –por sus ideas extremistas y actitudes misóginas– Castillo ratificó su opción por la polarización.

Lo que ocurre es que la narrativa de la polarización es funcional al partido de gobierno por razones ideológicas. La vieja polarización entre burguesía y proletariado, entre ricos y pobres, se refuerza con la idea de una polarización Lima-provincias. Sin embargo, no hay motivos sólidos para pensar que el Perú está polarizado de esa manera.

Una revisión más cuidadosa de los resultados electorales presenta a los peruanos divididos en tres tercios. Uno de ellos, conformado por Lima y el Callao, donde Fujimori ganó a Castillo 66/34. Otro conformado por todas las provincias andinas –desde Cajamarca hasta Puno– y las ubicadas en la costa de Arequipa, Moquegua y Tacna, donde Castillo triunfó 73/27. Y un tercer tercio integrado por las provincias de la costa desde Ica hasta Tumbes y las ubicadas en la selva, donde la votación estuvo mucho más dividida.

La división del Perú en estos tres conglomerados permite apreciar diferencias muy significativas en la evaluación presidencial. Según la última encuesta de El Comercio-Ipsos, la aprobación/desaprobación de Castillo es 29/62 en Lima Metropolitana, mientras que en las provincias de hegemonía andina es 58/29 y en el tercer sector prevalece una posición intermedia de 40/46.

El apoyo a Castillo en el mundo andino es comprensible por razones de identidad, pero es difícil que se sostenga en otras regiones donde muchos no votaron por él y ya rechazan la presencia de personas como Bellido en el Gabinete

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