El rechazo a una nueva ola de restricciones al coronavirus está creciendo en Gran Bretaña. El sábado pasado, miles de personas se reunieron en Trafalgar Square de Londres para protestar contra la decisión del gobierno de volver a endurecer las restricciones, justo cuando las celebraciones de verano están en pleno apogeo. Los manifestantes enojados sostuvieron carteles que decían “las máscaras son bozales” y “nueva normalidad = nuevo fascismo”. Aunque modesta en escala, la marcha es una advertencia de un creciente descontento, especialmente entre los jóvenes.
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No es solo en Gran Bretaña donde la gente se siente frustrada. En Alemania, se produjeron grandes protestas en Berlín, que culminaron con cientos de manifestantes que intentaron asaltar el Reichstag, la sede del parlamento federal del país. Protestas similares tuvieron lugar en París, Viena y Zurich. Las protestas se producen cuando las autoridades de toda Europa toman medidas para tratar de evitar una segunda ronda de bloqueos. Las infecciones han comenzado a aumentar nuevamente, y el invierno en Europa está a solo unos meses de distancia.
Durante la primera ola de la pandemia, el mensaje de las autoridades británicas fue claro: siga las reglas, o el Servicio Nacional de Salud colapsará y muchos, particularmente los ancianos, sufrirán. Hubo poca resistencia a las medidas tomadas.
Ahora, con los sistemas de salud ya no amenazados y las tasas de mortalidad más bajas, la cuestión de hasta qué punto regular la vida diaria se convierte en una cuestión de gestión de riesgos mientras se trata de revitalizar la economía. Pero como ha descubierto el gobierno conservador del primer ministro Boris Johnson, encontrar el equilibrio entre proteger a los vulnerables y permitir que las personas se ocupen de sus asuntos está resultando mucho más difícil (y políticamente polémico) que antes.
Al igual que en Perú, la gente en Gran Bretaña, especialmente los jóvenes, está impaciente con una carga de regulaciones cada vez mayor. En muchos países europeos, la policía ha asumido el papel de hacer cumplir estas nuevas medidas, creando un sentimiento de que el Estado ya no confía en que sus ciudadanos se comporten responsablemente.
La ‘fatiga de la cuarentena’ es una de las principales razones del rechazo a lo que se denomina ampliamente ‘la nueva normalidad’: una nueva realidad que incluye el uso obligatorio de máscaras, el distanciamiento social, evitar los viajes al extranjero, bares medio vacíos. Para un número creciente de personas en Gran Bretaña, representa una infracción inaceptable de sus libertades civiles. Tras un aumento repentino de las tasas de infección por COVID-19 en Francia a principios de agosto, miles de turistas británicos tuvieron que interrumpir sus vacaciones cuando Gran Bretaña anunció que impondría una cuarentena de dos semanas a cualquiera que no regresara a casa de inmediato.
Para apoyar estas reglas más estrictas, la gente necesita fe en su gobierno. Sin embargo, la confianza en el liderazgo de Boris Johnson es escasa: la evaluación de su gobierno está en un mínimo histórico. En parte, esto se debe a la devastación causada por el COVID-19 a la economía británica, la más afectada en toda Europa (según las últimas cifras de la OCDE), pero gran parte se debe a errores y juicios políticos erróneos. Apenas el mes pasado, Johnson enfrentó una serie de cambios de sentido dañinos en el sector educativo; uno sobre el uso obligatorio de máscaras en las escuelas, que reabrirán esta semana, y el otro un fiasco sobre las calificaciones de los que terminaban el colegio, quienes protestaron por los resultados inesperadamente bajos de sus exámenes nacionales.
Johnson, conocido por su enfoque jocoso y populista de la política, llegó al poder en el 2019 como el hombre que finalmente sacaría a Gran Bretaña de Europa. La luna de miel no duró. Al igual que muchos otros líderes políticos, su tiempo en el gobierno se ha centrado principalmente en el control de daños. Ese estilo elegante, que se ganó a los votantes, es mucho menos atractivo cuando las personas luchan por mantener sus trabajos o han perdido a sus seres queridos por culpa del COVID-19. Por lo tanto, si bien el retroceso contra las restricciones del coronavirus no es exclusivo de Gran Bretaña, debería servir como una advertencia oportuna para Boris Johnson de que la fe en la capacidad de su gobierno para manejar la crisis se está agotando de manera inquietante.