La incertidumbre también mata pero guardando una respetable distancia. Como aquella que existe entre Beijing, la capital china situada en el norte del país, y Wuhan, epicentro del COVID-19, ciudad bandera de la provincia de Hubei, en la China central. Más de mil kilómetros y un abismo en las cifras oficiales de la mayor crisis de salud pública nacional separan a Beijing de Hubei y Wuhan, pero las redes chinas siempre apuntan a la capital. Si Beijing es el corazón político, Hubei es el ombligo, y Wuhan es ese lugar que hoy todos sentimos cerca.
Desde que estalló la emergencia sanitaria, la sociedad china se debate en medio de un fuego cruzado. Adentro la propaganda oficialista se apodera de la información, afuera el rebrote de la sinofobia que contamina a la humanidad, y en medio, una epidemia a la que es difícil tomarle la temperatura. La muerte de Lin Wenliang, el médico que alertó sobre la enfermedad y terminó siendo doble víctima de la censura y el virus, apuntó directo al corazón político y derrumbó la confianza en las autoridades chinas. Aquella vez corrió sangre en las redes chinas.
Como en otras ocasiones en las que el sistema político falla, el gobierno central se ha distanciado rápidamente del gobierno local. El Partido Comunista de China (PCCh) justifica su liderazgo a partir de su omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia. En las plataformas chinas, mientras algunos siguen creyendo que solo el partido tiene la capacidad para detener la epidemia, otros culpan al sistema por la propagación del virus. Ahora Beijing ha responsabilizado a las autoridades locales por “el formalismo y la burocracia” de sus funcionarios.
Así, el gobierno central intenta reconciliarse con la opinión pública y demostrar una vez más que “tiene todo bajo control”, incluso la curva de nuevos casos. Lo cierto es que está combatiendo el COVID-19 desde el epicentro, asignando recursos, movilizando personal y deteniendo la propagación del virus con la cuarentena, mientras reactiva la marcha de la economía que ha tenido un salvavidas en el desarrollo del comercio en línea. Pero la crisis sanitaria ha invocado a los tres fantasmas que históricamente espantan al PCCh: la corrupción, la inestabilidad social y la inflación.
Para Beijing, son también los tres enemigos del desarrollo de China, función principal del gobierno central. La demora en atender la emergencia sanitaria en su primera etapa versus la rápida reacción una vez que se hizo pública la epidemia pone en evidencia el poder y las prioridades a la hora de gobernar el país. Se ha argumentado en las redes chinas que como el brote coincidió con la temporada más importante del calendario chino, hubo temor de causar un impacto negativo en el comercio o perturbar la estabilidad social. Esto explicaría el estallido popular por transparencia y libertad de expresión.
La capital china sigue recuperando aliento en cada latido. Cuando el corazón late, todo se mueve, especialmente las redes sociales chinas, transformadas en las válvulas que llevan y traen una marea de escepticismo y frustración. Ni los canales oficiales logran reemplazar la función de estas plataformas chinas, ni los censores consiguen detener totalmente el flujo de información. Aunque el corazón cree que puede controlar a las válvulas, son las válvulas las que mantienen vivo al corazón.
A paso lento, el gobierno central ha ordenado reanudar las labores, pese a que la cuarentena continúa implantada en la población. El lunes otro grupo de trabajadores migrantes retornó a Beijing, en medio de las celebraciones por el festival Longtaitou o Dragón que Levanta la Cabeza. Cuenta la leyenda que el emperador de Jade envío un dragón para castigar a las personas con tres años de sequía. Pero el dragón se compadeció del dolor y provocó una lluvia. Por su desobediencia fue encerrado debajo de una montaña. La fecha celebra el momento de su liberación. Las redes chinas le están pidiendo al dragón que se levante.
Desde Beijing