Durante mis 16 años en el Congreso, trabajé estrechamente con los republicanos. Aun así, mientras los veía defender al presidente durante su juicio político, me llamó la atención: ¿por qué no hubo más senadores republicanos condenando a Trump, o al menos permitiendo testigos adicionales en el proceso?
Los republicanos del Congreso se dividen en general en dos tipos: aquellos que siempre han apoyado al presidente, y los que, por temor a las consecuencias electorales, han racionalizado su decisión de quedarse con él.
Cuando pienso en los segundos, recuerdo a un republicano que una vez me dijo que pensaba que Trump destruiría su partido. Luego, en el 2016, me lo encontré en un aeropuerto. Me dijo que acababa de recibir los resultados de una encuesta. Trump era el candidato más popular en su distrito.
Y así comenzó a cambiar su posición. Al principio, se negó a criticar a Trump cuando se le dio la oportunidad. Luego, cuando vio a los republicanos disidentes derrotados en las primarias, salió públicamente en defensa de Trump. Cuando le pregunté sobre el comportamiento del mandatario, me habló de la fortaleza económica, la reducción de impuestos y el peligro de los demócratas extremistas.
¿Cómo pasó de ‘nunca Trump’ a protegerlo? Él es parte de un ala creciente del Partido Republicano: los racionalizadores.
Estoy familiarizado con la racionalización. Por lo general, comienza cuando un problema pequeño se encuentra con una consecuencia electoral mayor. Los constituyentes te empujan a votar ‘sí’ cuando quieres votar ‘no’, por lo que racionalizas: “Esperaré a que alguien lo lleve al extremo, entonces mi voto no significará tanto”. O: “Voy a votar ‘sí’, pero el Senado lo derrotará” o algo así.
En el 2001 tuve mi propio momento de racionalización. George W. Bush propuso importantes recortes de impuestos. Yo estaba preocupado por su impacto en la deuda, pero mi encuesta mostró que votar en contra era políticamente fatal. Así que racionalicé: “Esta será la última reducción de impuestos que apoyo” (no lo fue); “Los déficits se compensarán” (no lo fueron).
Una concesión ocasional no hace daño a la democracia. Pero cuando la justificación de los compromisos se convierte en un sistema operativo, cuando cada día los políticos contorsionan sus puntos de vista para adaptarse a los populares nuestros representantes se vuelven irreconocibles.
El impulso de racionalizar se fortalece por el hecho de que el presidente no permite matices. Varios republicanos me contaron la historia de Mac Thornberry, un republicano de Texas que anunció en setiembre que no postularía para la reelección.
Dos meses después, se le preguntó sobre la llamada de Trump con el presidente de Ucrania. “Creo que fue inapropiado. No creo que fuera impecable”, dijo. Luego, Trump tuiteó: “Republicanos, no se dejen llevar por la trampa de los tontos de decir que no fue perfecto”. Mensaje recibido: si su apoyo a Trump no es total, lo perseguirá en un tuit viral.
A medida que los republicanos se congregan detrás de Trump, comienzan a creer en sus exageraciones y desinformación. Pronto, una mínima concesión inicial se amplía a una trinchera ineludible. No hay más baile, ahora pisotean al unísono.
El pragmatismo y la agilidad ideológica siempre han sido parte de la política. Pero lo que está sucediendo ahora es peligroso. Los racionalizadores no solo se están volviendo en contra de sus principios, muchos se están volviendo contra las normas democráticas.
–Glosado y editado–
© The New York Times.