Pretendo llamar su atención respecto a unas reflexiones y propuestas preliminares de una visión de país: el Perú como destino. Hace dos años, me atreví con una primera versión, el año pasado la actualicé y hoy ofrezco un tercer y ampliado texto que también encontramos en la versión digital de este Diario.
¿Y por qué el Perú como destino? Dado que todos nuestros alientos y realizaciones deben aprovechar la infinidad de iniciativas para que, sustentados en valores esenciales, concebir o mejorar notable y sosteniblemente un proyecto de vida en común que asegure nuestro bienestar general antes que otras consideraciones.
En mi opinión, una visión de país no es una sumatoria de planes sectoriales de gobierno, menos siquiera el esbozo de uno. Muy por el contrario, la pienso como una fuente preferente de inspiración para que nos proyectemos en cómo deberíamos ser y cómo deberíamos estar los peruanos. ¿Lo hemos logrado? Hemos progresado, pero no lo suficiente, y debemos porfiadamente seguir intentándolo. Dada la pauperizada y actual vivencia nacional, me resulta indispensable proponerlo.
Para acercarme al siempre imperfecto logro, estrecho mis manos consignando fracasos, logros y singulares hechos, afirmaciones, suposiciones, anhelos y postulados; tarea ingrata e imperativa para remover el pensamiento rebaño de quienes así lo desean planificándolo y de aquellos que desean ser así transportados a su ruina.
El Perú es una de las seis cunas más importantes de la civilización humana. Afrontamos deudas con nuestro pasado y presente, retos reflejados en deficiencias estructurales, expresiones sociales, desintegración y en prácticas insuficientes de nuestros contratos sociales republicanos. La Constitución vigente es hoy insuficiente, no asimila eficaz y eficientemente las constantes mutaciones nacionales y globales. Basándonos en una visión de país integral e integradora, debemos, prioritaria y progresivamente, reformarla, inyectándole nuevo norte e impostergables reformas.
Abrigo un sueño donde mi tierra sea fértil de personas libres y justas, conformantes de una república digna de así llamarse, donde todos podamos sentirnos orgullosos de quiénes somos, donde gocemos de estándares suficientes y propios de una vida digna, donde el niño y el anciano sean liberados de cargas y nuestras mujeres sean valoradas, respetadas y atendidas.
La igualdad de oportunidades debe ser una concreta realidad nacional en la que la familia sea el primer soporte de nuestra formación, así como la asegurada nutrición proteica de nuestros infantes y que el Estado nos sirva ampliamente y no se sirva impúdicamente.
Como la inmensa mayoría de mis compatriotas, aspiro pronto a gozar cuando los extremos hepáticos sean excepciones y reinen en todos nuestros rincones los valores esenciales de la libertad, la igualdad, la justicia, la dignidad, el bien, la verdad objetiva, la equidad, la solidaridad, la seguridad, la transparencia, la buena fe, el civismo, la vida familiar y la oportuna y suficiente rendición de cuentas del ejercicio del poder, principalmente, desarrollándonos todos en un entorno libre de amenazas.
Asimilando la multiculturalidad, la interculturalidad, practicando de buena fe y documentadamente la ley y el diálogo, rechazando mayoritariamente la discordia hepática, debemos abrazar nuestra bandera, nuestras maravillosas y variadísimas manifestaciones arqueológicas, culturales, turísticas y culinarias propias de nuestra milenaria peruanidad, y militar por la paz nacional y mundial asumiendo variados y constantes liderazgos ante los inevitables y crecientes retos globales.
Acorde con los desafíos, debemos construir o reconstruir, según necesidades, la gobernanza política y social que innegablemente requerimos. El Perú como destino ofrece algo más que reflexiones y reformas.
Finalmente, hay que anhelar y persistir en un prontísimo despertar. Debemos resistirnos a callar y, aunque pudiera parecer una reflexión discordante, lejana y desprovista del lenguaje políticamente correcto, optemos por no pecar por omisión. Me niego a vivir enmudecido en medio de la necesidad de una importante porción de mis hermanos connacionales que siempre tienen que transitar entre la carencia imperiosa y la obligación fuera de su alcance real.