Durante las primeras etapas del Alzheimer de mi padre, el expresidente estadounidense Ronald Reagan, y cuando él todavía tenía momentos lúcidos, le pedí disculpas por escribir una autobiografía muchos años antes en la que expuse nuestra problemática vida familiar. Él ya hablaba menos en ese momento, pero sus ojos me hicieron saber que me entendía.
Pensé en ello cuando leí que el príncipe Harry, en sus nuevas memorias, escribió sobre su padre, el rey Carlos III, interponiéndose entre sus hijos peleados y diciéndoles: “Por favor, no hagan de mis últimos años una miseria”.
El tiempo es algo impredecible. ¿Cuál será el último recuerdo de alguien? Tuve el regalo del tiempo con mi padre, lo que me permitió disculparme, a pesar de que una enfermedad se cernía sobre nosotros y nublaba nuestra comunicación. Las palabras del rey Carlos revelan a un hombre que es consciente de su mortalidad y al que le gustaría que su descendencia también lo fuera.
En su momento, mi justificación para escribir un libro que ahora desearía no haber escrito fue muy similar a lo que, entiendo, fue el razonamiento del príncipe Harry. Quería decir la verdad, dejar las cosas claras. Ingenuamente, pensé que, si exponía mis propios sentimientos y mi propia verdad hacia el mundo, mi familia podría llegar a entenderme mejor.
Por supuesto, las personas generalmente no responden bien cuando son avergonzadas y expuestas en público. En los años siguientes, aprendí algo sobre la verdad: es mucho más complicada de lo que parece cuando somos jóvenes. No hay una sola verdad, las otras personas también tienen sus verdades.
El príncipe William tiene, estoy segura, su propia opinión sobre la pelea física que Harry ha descrito. Para entender realmente la dinámica entre los hermanos, la verdad de William también debe ser considerada.
Harry ha expresado su deseo de que su relación con William y con su padre se cure. Tal vez eso suceda, pero tendrán que recorrer una larga distancia a través de un campo de batalla que ahora se ha expandido.
Hace años, alguien me preguntó qué le diría a mi yo más joven si pudiera. Sin dudarlo, respondí: “Eso es fácil. Le habría dicho: ‘Cállate’”. No para siempre, sino hasta que pueda mirar las cosas a través de un lente mucho más amplio. Hasta que entienda que las palabras tienen consecuencias y que estas duran mucho tiempo.
Harry ha llamado a William no solo su “hermano amado”, sino también su “archienemigo”. Eligió palabras que cortan profundamente, que dejan cicatrices. Tal vez si se hubiera tomado el tiempo para mantenerse callado, para reflexionar sobre el poder perdurable de sus palabras, habría actuado de manera diferente.
El silencio te da un espacio propio, te proporciona distancia y te permite mirar tus experiencias de manera más completa, sin la tentación de tomar revancha. En algún momento de los próximos años, Harry podría mirar hacia atrás –como yo misma hice– y desear no haber dicho lo que ha dicho.
No todas las verdades tienen que ser contadas al mundo entero. La gente siempre va a sentir curiosidad por la intimidad de las familias famosas, y a menudo las historias de esas familias pueden reverberar en otras, darles una idea sobre sus propias situaciones, incluso trascender en el tiempo, ya que la fama revolotea en los bordes de la eternidad.
Pero no todo necesita ser compartido. Esta es una verdad que el silencio puede enseñarnos. Harry parece haber actuado bajo la premisa de que “el silencio no es una opción”. Respetuosamente, yo le diría que sí.
–Editado y traducido–
© The New York Times