"Cualquier intento por comprender por qué las cifras de la violencia que sufren las mujeres, niñas y adolescentes en nuestro país siguen aumentando tiene que tener en cuenta la normalización del machismo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Cualquier intento por comprender por qué las cifras de la violencia que sufren las mujeres, niñas y adolescentes en nuestro país siguen aumentando tiene que tener en cuenta la normalización del machismo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Marlene Molero

El año pasado tuvimos nuevos feminicidas, hombres que mataron a sus parejas o exparejas. Este año las cifras parecen indicar que tendremos unos 180 más, 180 nuevos hombres que ya mataron o matarán a sus parejas o exparejas. También tendremos cientos de nuevos violadores de mujeres, niñas y adolescentes. Y otro tanto que serán psicológica y físicamente violentos con las mujeres más cercanas a ellos.

Hay algo en la forma en que nuestra sociedad entiende las relaciones entre los géneros y en la pareja que hace que cada año esta realidad se haga más cruenta y grave. Paradójicamente, esto sucede a la par de nuevos intentos por minimizar el problema y desviar la atención con preocupaciones desproporcionadas por las denuncias falsas (como hoy pasa cuando se habla de hostigamiento sexual laboral), o argumentos que se esfuerzan en resaltar que las mujeres también matan a otras mujeres (como lo acabamos de ver con la cobertura del caso de Solsiret), o que los hombres también sufren violencia haciendo hincapié en que todas las violencias son iguales, cuando no lo son. En nuestro país, ser mujer conlleva un riesgo adicional. El 92% de los feminicidios que sufren las mujeres se produce en el contexto de las relaciones de pareja y familia. Y nuestra casa, lejos de ser el lugar donde más seguras estamos, es la que mayores riesgos presenta para nuestra vida e integridad.

La violencia que sufren las mujeres no es un asunto privado, sino un problema público. Y eso es algo que nuestra sociedad todavía no entiende. Vivimos bajo mandatos sociales machistas socializados e institucionalizados. El problema es el machismo, un machismo que vive entre nosotros y que reproducimos incesantemente. Miguel Lorente lo define como una suerte de “manual de instrucciones” que nos dice cómo se debe comportar una mujer y qué debe hacer un hombre cuando la mujer no se comporta como es debido.

¿Que eso no es así? Veamos qué nos dice la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (Enares, 2015) sobre cómo se debe comportar una mujer en el Perú. Una mujer en el Perú debe, antes que nada, cumplir con su rol de madre, esposa o ama de casa. Luego puede dedicarse a realizar sus propios sueños. Mandato social que comparte uno de cada dos peruanos. Una mujer en el Perú debe ser obediente. No debe trabajar si su pareja no quiere que lo haga. Y claro, también debe estar siempre dispuesta a tener relaciones sexuales cuando su pareja lo desee. Disposiciones con las que coincide la cuarta parte del país. Una mujer en el Perú debe ser sumisa y ceder a fin de evitar discusiones en el hogar. Cuatro de cada 10 personas en el Perú piensa que así debe comportarse una mujer.

¿Y qué es lo que debe hacer un hombre cuando su pareja no se comporta como es debido? El manual dispone que debe reprenderlas y darles alguna forma de castigo, sobre todo si han descuidado a sus hijos o le han faltado el respeto a la pareja. Por cierto, debe hacer lo mismo con las hijas. La mitad del país coincide con esto. Y si lo que la mujer ha hecho es coquetear con otros varones, uno de cada cuatro peruanos considera que se puede usar la fuerza para corregirla. Señalamos tanto a las mujeres como causantes de la violencia que sufren que el 44% de nosotros piensa que una mujer que se viste provocativamente está buscando que la acosen sexualmente. Y el 33% piensa que esto también se aplica a las niñas y adolescentes.

El machismo no es la excepción. El machismo es la regla de lo que nos toca vivir. Los feminicidas no son los monstruos que nos esforzamos por construir. Sus características son, como las describe Marcela Huaita –haciendo referencia a las conclusiones de las investigaciones de Wilson Hernández (2019) y del Observatorio Nacional de Política Criminal (Indaga)–, como las de cualquier peruano: “Insertado laboralmente, sin antecedentes penales, con relaciones laborales y amicales estándar, es decir, un peruano cualquiera que actúa de acuerdo a los cánones sociales patriarcales y machistas, tan arraigados y tan difíciles de cambiar en nuestro país”.

Cualquier intento por comprender por qué las cifras de la violencia que sufren las mujeres, niñas y adolescentes en nuestro país siguen aumentando tiene que tener en cuenta la normalización del machismo. De un machismo que nos enseña lo que significa ser mujeres y hombres en el Perú. Hasta que eso no cambie –y el enfoque de género en la educación es clave para esto– seguiremos agregando nombres a la lista de las que ya no están con nosotros.