Un grupo de clientes compra en una farmacia, en la región La Libertad.
Un grupo de clientes compra en una farmacia, en la región La Libertad.
Guillermo Cabieses

Un virus se ha desatado en nuestro país, se esparce rápidamente y tiene consecuencias fatales. Puede ser letal. A diferencia de otras infecciones, no se contagia por el aire o por contacto. Se contagia principalmente por las redes sociales, aunque la prensa también puede ser un foco infeccioso. Es endémico. Se llama intervencionismo. Todos los políticos están infectados. Si usted no se cuida, podría también contagiarse.

Uno de los síntomas del virus que estamos apreciando con más frecuencia es el . Como se sabe, el control de precios consiste en el establecimiento de restricciones por parte del Estado al precio de un bien. Estas restricciones consisten en establecer un tope (precio máximo) o un piso (precio mínimo). Impiden que la interacción libre y voluntaria entre la oferta y la demanda determine el precio, en aras de proteger al consumidor o al productor, según estemos ante un precio máximo o uno mínimo, respectivamente.

El control de precios, no obstante, obtiene –indefectiblemente– el resultado inverso al querido por los infectados con este virus –denominados “intervencionistas”–.

En el caso del precio máximo, se termina con escasez, viéndose impedido el consumidor de acceder al bien. En el del mínimo, se concluye con exceso de oferta, viéndose los vendedores en la situación de no poder vender sus bienes porque la gente no estará dispuesta a pagar más por ellos, porque la ley lo dice. En ambos casos, un gran grupo de personas se desplazará al mercado negro, donde, con independencia de lo que diga la ley, se comercializarán los bienes en función de las valoraciones de los individuos y no la de los burócratas. La informalidad que vive el Perú demuestra esto, pues en gran parte se debe al sueldo mínimo, que es un control de precios en el mercado laboral.

Los controles impiden el funcionamiento del sistema de coordinación al que denominamos mercado. Los precios son en realidad un mecanismo de transmisión de información. Cuando el precio de un bien sube, está enviando una señal indicando que más personas están valorando ese bien, convirtiéndolo en escaso. Eso incentiva a que quienes puedan producirlo lo hagan a fin de aprovechar dicho incremento. Por su parte, también se envía una señal a los consumidores. Estarán incentivados a ser cautos y solo consumir el bien si realmente lo necesitan, pues está a un precio más alto. Con el tiempo, estos dos factores terminan generando que el precio del bien se estabilice, al incrementarse la oferta y restringirse el consumo, dadas las señales enviadas al mercado.

Si, no obstante, se fija un precio máximo, entonces tanto los productores como los consumidores recibirán la información equivocada. Los primeros no tendrán incentivos para incrementar la producción. Los segundos no tendrán incentivos para ser cautos en sus decisiones de consumo. ¿Qué ocurrirá? Habrá mayor consumo, pero menor producción. Ergo, escasez.

Medidas que busquen sancionar el acaparamiento y la especulación, por su parte, también son controles de precio, así quieran disfrazarse como un control de conductas. Impedir la compra o sancionar la venta de bienes hoy a quien considera que podrán ser más valiosos en el futuro, equivale a impedir que la información sobre las valoraciones de las personas puedan canalizarse a través del mercado, con los efectos descritos.

El virus del intervencionimo crea pobreza. El control de precios es solo un síntoma. Su efecto es generar que unos pocos consumidores tengan la suerte de adquirir los bienes a precios bajos, pero que la gran mayoría no tenga la posibilidad de comprarlos a ningún precio en el mercado formal. La cura consiste en dejar que por la vía del mercado se determine cuánto producir y a qué precio vender. De otra forma, terminaremos con precios bajos, pero sin bienes; o con precios altos, pero sin compradores.

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