No es difícil percatarse de su ausencia pero aún así casi nadie habla de ello. En el Perú las mujeres no han estado en los procesos de diálogo y esa circunstancia parece no importar mucho. Es la historia de siempre. Sucedió también a la hora del sufragio, o cuando decidieron ingresar en las aulas universitarias, o vestir el uniforme policial, o entrar en los socavones de las minas desafiando el viejo mito de la mala suerte.
En la lucha de las mujeres por sus derechos, cada centímetro de avance ha sido conseguido lidiando contra una mentalidad calcárea habituada a que el poder circule solo por manos masculinas. No es extraño, entonces, que en el momento en que se abre el diálogo para resolver conflictos sociales y pese a haber cumplido tareas indispensables, su voz no se sienta. No con el volumen y la duración que se necesitaría para influir en el curso de los acontecimientos.
¿Puede el diálogo ser representativo y justo cuando la palabra pasa de un hombre a otro todo el tiempo? ¿El Estado irradia buen ejemplo con el pequeño número de funcionarias que acuden a estos espacios? ¿Cuáles son esas barreras que dificultan o impiden que las mujeres sean actores relevantes en procesos de diálogo en los que se deciden cuestiones que les conciernen directamente? En la Defensoría del Pueblo nos hicimos estas y otras preguntas para enseguida examinar 505 actas suscritas entre octubre del 2017 y octubre del 2018, correspondientes a 120 mesas de diálogo, y conversar a fondo con sus participantes.
Lo primero que llama la atención es ese 17,3% de mujeres que están presentes en los espacios de diálogo. Pequeño porcentaje tratándose del 50,8% de la población (INEI). Presentes, además, en la tercera fila, silenciosas, con ideas quizá interesantes o perspectivas sobre cómo dialogar mejor, pero sin oportunidades para ser escuchadas. O ese 20,5% de funcionarias cumpliendo diversas tareas pero sin llegar a ser una tendencia ejemplar en el ámbito del Estado.
Dicho sea de paso, de los catorce ministerios consultados, solo la Presidencia del Consejo de Ministros cuenta con una resolución ministerial que establece pautas para promover la participación de las mujeres en espacios de diálogo, pese a que en julio del 2016 se incluyó en el Plan Nacional Contra la Violencia de Género 2016- 2021 a los conflictos sociales como una de las modalidades de violencia contra las mujeres.
En esta larga historia de exclusiones, la mesa de diálogo es uno de los escenarios en los que se grafica el trato minimizante que reciben las mujeres en momentos cruciales en los que se decide qué temas entran en la agenda, cómo hay que entenderlos y qué decisiones se deben tomar. Gran parte de la explicación se encuentra en los espacios previos al diálogo, allí donde se define el poder, se marcan los roles de género, se construyen los liderazgos.
La presencia y la calidad de la participación de las mujeres son una consecuencia de esta trama sembrada de escollos y desventajas. Nuestra propuesta de democratizar la palabra, de escuchar con atención lo que las mujeres tienen que decir y compartir las decisiones, puede representar un cambio positivo en nuestra manera de entender el diálogo y de priorizar los puntos de la agenda.
Nadie, hombre o mujer, logra instalar una idea, trazar una ruta o cohesionar a un grupo sin el uso de la palabra. Dialogar es un derecho que trae implícito el reconocimiento de la voz propia. La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres se juega también en las mesas de diálogo.