“Así como para la economía es indispensable el trabajo sin contagio, para la política es imprescindible la democracia sin contagio”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Así como para la economía es indispensable el trabajo sin contagio, para la política es imprescindible la democracia sin contagio”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Carlos Meléndez

Nuestra democracia –aún más endeble luego de las crisis políticas de los últimos años– requiere seguir latiendo. El funcionamiento de sus mecanismos más elementales –como el ejercicio del sufragio– no debería seguirse dañando. Por ello, tenemos al frente el gran desafío de llevar adelante una campaña electoral y dentro de las restricciones impuestas por la pandemia del , sin caer en la tentación antipolítica de suspender totalmente el proselitismo presencial ni alterando el calendario respectivo. Así como para la economía es indispensable el trabajo sin contagio, para la política es imprescindible la democracia sin contagio.

Las , cuya primera vuelta fue el domingo último, se llevaron a cabo en un contexto de incremento de infecciones por COVID-19, pero sorprendieron por su alto porcentaje de participación. El 81% de ecuatorianos salió a las urnas como en cualquier otra consulta popular (de hecho, el nivel de concurrentes fue el mismo que el del 2017), dentro de los horarios establecidos tradicionalmente (jornada electoral de 7 a.m. a 5 p.m.). Por las características compartidas con el vecino norteño –hiperfragmentación de la oferta política –, resulta un espejo del cual tomar lecciones aplicables a nuestra realidad.

La campaña electoral –en tanto mercado de ofertas programáticas– sí se vio muy afectada. Las restricciones a la actividad orgánica partidaria (desde trabajo en sedes hasta desplazamiento en mítines y pasacalles) no solo afectó negativamente la fidelización de las bases partidarias sino que, además, debilitó la transmisión de mensajes partidistas. Si bien el acceso a Internet ha convertido a las redes sociales virtuales en un canal de comunicación para la difusión de mensajes políticos, todavía quedan grandes sectores de la ciudadanía fuera del alcance del activismo online. Para mejorar la toma de decisiones electorales se requiere proveer información política útil y esta –como cualquier recurso– llega a cuentagotas a los sectores marginales en contextos pandémicos. No hay un “bono de información electoral”. Esta es la primera gran afectación.

En contra de los pronósticos, el desarrollo de la jornada electoral en Ecuador fue muy cercano a la “normalidad”, con medidas de distanciamiento que dependieron significativamente de la voluntad de los ciudadanos. No necesariamente por un compromiso cívico sino porque las poblaciones ya llevan casi un año conviviendo con el COVID-19 y se han adaptado al virus en sus actividades cotidianas (desde el trabajo hasta la protesta). ¿Por qué no sucedería igualmente en elecciones?

En términos logísticos –y contrariamente a lo esperado–, los horarios escalonados de votación generaron más confusión y aglomeraciones al inicio de la jornada por información incompleta y confusa. Por el contrario, el manejo del territorio –controlando el acceso perimétrico a los locales de votación y no tanto los centros en sí–, resultó lo más efectivo. Al menos en Ecuador, la evaluación individual de obligatoriedad del voto más el civismo fue mayor al temor de riesgo de contagio, a pesar de que no muchas candidaturas emocionaban a las mayorías. Esta es quizás la mejor noticia para la democracia.

Ha quedado demostrado en Ecuador (así como en Chile), que la participación electoral no se ve severamente afectada por la pandemia. Aún en contextos de fragmentación y debilidad partidarias, los ciudadanos concurren a las urnas. Sin embargo, el caso peruano tiene factores estructurales que matizan el optimismo: una tasa creciente de ausentismo (por más de una década pre-COVID-19) y un porcentaje no menor de voto inválido. En el Perú, la participación electoral ha caído del 81% en el 2016 (promedio ecuatoriano) al 74% en el 2020, y los votos nulos y blancos estuvieron alrededor del 20% en dichos comicios (el doble que en Ecuador). No es lo mismo salir a votar a favor de un candidato preferido que hacerlo para viciar el voto. Para esto último, dirían los escépticos, mejor quedarse en casa. Por eso el reto en el Perú es mayor. Votar el 11 de abril es otra forma de fortalecer la democracia y también de ganarle al virus y la desafección política.

Contenido sugerido

Contenido GEC