"El verdadero desafío es evitar que existan otros derrames como en Ventanilla, particularmente cuando tenemos áreas tan frágiles como Paracas o las costas de Piura –la principal fuente del pescado en nuestra mesa– próximas a actividades con hidrocarburos". (Foto: GEC)
"El verdadero desafío es evitar que existan otros derrames como en Ventanilla, particularmente cuando tenemos áreas tan frágiles como Paracas o las costas de Piura –la principal fuente del pescado en nuestra mesa– próximas a actividades con hidrocarburos". (Foto: GEC)
/ JORGE CERDAN
Enrique Ortiz Tejada

Todos estamos de acuerdo en que no hay redención posible a la irresponsabilidad de la empresa . Estamos indignados y ofendidos por la forma como la empresa ha tratado y sigue tratando este “ecocidio”, y, sin duda, esperamos que haya penalidades ejemplares que pongan en alerta a los demás operadores. La negligencia debe tener consecuencias.

Pero también debemos cuidar de distraernos demasiado con el drama mediático en que se ha convertido este lamentable evento. Debemos retornar a la objetividad en la información sobre el derrame, a identificar cuál es el problema que el peruano enfrenta, y, finalmente, a reflexionar sobre la oportunidad que este desastre nos presenta.

Necesitamos objetividad y sobriedad para determinar el verdadero impacto de este derrame. Se ha presentado la información de una manera desproporcionada, inclusive hablando de daños que durarán generaciones, o de extinciones inexistentes. El derrame es una tragedia, indudablemente, pero también es un evento de carácter temporal, a menos que se vuelva crónico. Debe implementarse una limpieza rápida y hasta donde sea posible. La naturaleza también hará su parte. El petróleo es –al final de cuentas– biodegradable en su mayor parte.

El verdadero desafío es evitar que existan otros derrames como en Ventanilla, particularmente cuando tenemos áreas tan frágiles como Paracas o las costas de Piura –la principal fuente del pescado en nuestra mesa– próximas a actividades con hidrocarburos. Además de la obvia responsabilidad de las empresas, también lo es de las dependencias de la Marina, del Ministerio de Energía y Minas, y del Ministerio del Ambiente, que hasta ahora están quedando bien como acusadoras o como mudas. No han puesto en práctica los controles para evitar calamidades como esta. ¿Asumirán su responsabilidad? ¿Corregirán su proceder? Por algo tenemos simulacros de terremotos e incendios, o se cierran establecimientos por falta de seguridad e higiene.

Debemos tener en claro también que el principal problema del mar del Perú no es este derrame. Es la forma como lo tratamos. Más impactos tiene la sobrepesca, la pesquería de las arrastreras, la contaminación, y en general, en vez de verlo como un ecosistema, lo vemos como una despensa o botadero de desperdicios. Los limeños nos jactamos de ser la única capital del mundo a lado del mar que goza del privilegio de verlo desde encima (sobre un barranco), pero como país, vivimos claramente de espaldas a él, a pesar de que este es parte de la esencia de nuestra cultura, y también es el escenario donde batallaron nuestros héroes más queridos. Además, de ser el país con la mayor biomasa de peces del mundo, los productos marinos son centrales en nuestra alimentación y reconocida gastronomía. La debacle de la anchoveta de principios de los 70 tuvo impactos de los que aún no nos recuperamos, y de ella poco hemos aprendido.

Finalmente, de algo nos tiene que servir este lamentable derrame. Debe ser una oportunidad para revisar nuestra actitud individual, colectiva y –principalmente– de Estado hacia el mar. Nos urge poner en práctica un plan de acción de emergencia para el mar. Debemos emplear la mejor ciencia (y transparencia) para el manejo pesquero, apoyar la pesquería artesanal, facilitar la investigación para conocerlo mejor y, urgentemente, poner freno a la masiva contaminación, que junto a la de los ríos que se vierten en él, crean mares de plásticos. Este Gobierno tiene que empezar con revisar y reordenar el esquema institucional de responsabilidades para el mar y cumplir con el anhelo regional y nacional de la creación de la Reserva Nacional Pacífico Tropical. Quizá también el sector de hidrocarburos se una en esto, y brinde una señal de un nuevo comienzo. Peruanos del bicentenario, el futuro también es azul.

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