No es fácil enderezar un sistema educacional torcido. Sin embargo, el Perú parece estar lográndolo y los resultados de la última prueba PISA, uno de los proyectos estrella de la OCDE, así lo demuestran.
En caso de que no los haya visto o desconozca el popular proyecto, a continuación un brevísimo resumen. Las pruebas PISA evalúan las competencias de los jóvenes de 15 años de todas partes del mundo en tres áreas específicas: lectura, ciencia y matemáticas. En su sexta versión (2015), el número de sistemas educacionales participantes superó los 70, incluyendo a Argentina (descalificada finalmente por la manipulación de la muestra), Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, México, Perú, Trinidad y Tobago, República Dominicana, y Uruguay.
¿Los resultados agregados? No son buenos. Más de la mitad de los jóvenes en la región obtuvieron un bajo desempeño. ¿Sorprendidos? No deberían estarlo. En rigor, la preocupante realidad es el reflejo de los inmensos atrasos en calidad y cobertura educacional de nuestros países. ¿Hay algo positivo que rescatar? Sobre todo cuando se analizan las tendencias. Es ahí precisamente donde el Perú se destaca.
Vamos al detalle. Desde el 2000 hasta el 2015, el Perú fue el país de la región en donde los quinceañeros mostraron los mayores aumentos en los puntajes PISA: 4,6 puntos por año en ciencia, 3,5 puntos por año en matemática y 5,1 puntos por año en lectura. Para poner los números en contexto, de acuerdo con el análisis del BID, de mantenerse el ritmo de estos avances, les tomaría un poco más de dos décadas a los estudiantes peruanos alcanzar el desempeño promedio de la OCDE. Nada mal para un país acostumbrado a estar en la parte baja de los ránkings en esta materia.
Ante estos resultados, algunos críticos restarán méritos argumentando que es fácil mejorar cuando se parte de niveles de desempeño deficientes (58% de los alumnos peruanos obtuvo un desempeño bajo en ciencias versus un 21% en el promedio de la OCDE). Si bien el punto tiene asidero (retornos decrecientes en la “producción” de puntajes PISA), de ninguna forma desacredita el logro. Por lo pronto, apuesto a que cualquier país con un nivel de desempeño como el del Perú estaría dispuesto a pagar para poder mostrar avances similares.
Del mismo modo, y siguiendo con las desconfianzas, otros podrían cuestionar la real importancia de la famosa PISA. ¿Cuán trascendente es el desempeño promedio en dichas pruebas? “Son solo un par de números”, dirán los más críticos.
Sin entrar en los desafíos técnicos que implica examinar el punto, cabe recordar que la literatura ha documentado una asociación robusta entre PISA y el desempeño económico de los países (Hanushek y Woessmann, 2012), dimensión de incuestionable trascendencia. La lógica es simple: mejores sistemas educativos generan individuos mejor preparados para enfrentar el mercado laboral y, por lo tanto, en el mediano y largo plazo esto se debería traducir en un mayor crecimiento económico. De hecho, a la luz de dicha evidencia, es posible estimar que los avances del Perú en PISA ya habrían significado un aumento de casi 4% en el producto per cápita del país, no el actual, sino el del 2050. Es que los retornos económicos de hacer las cosas bien en educación toman tiempo, pero se acumulan y tarde o temprano se concretan.
De ahí entonces la pregunta clave: ¿continuarán los avances en desempeño de los jóvenes peruanos? Un análisis crítico de la ambiciosa agenda educacional de la actual administración que, convengamos, da continuidad a lo realizado por el gobierno anterior, sugiere que probablemente este sea el caso. Es que unas más y otras menos, las distintas iniciativas ya implementadas o por implementarse rascan donde realmente pica. A continuación algunos ejemplos:
En materia docente, el promover la meritocracia junto a mejores condiciones salariales debería revitalizar las carreras de pedagogía, pilares fundamentales de un buen sistema educativo (sin buenos profesores, no puede haber buena educación).
En el ámbito escolar, la expansión de la cobertura de colegios de alto rendimiento es una medida que entrega opciones reales a las familias de estudiantes talentosos, pero vulnerables. Esa promoción del talento es fundamental para generar una élite diversa y con los pies en la tierra, que tanta falta le hace a América Latina.
En el ámbito de gestión, el continuo monitoreo del funcionamiento de los colegios, incluyendo el énfasis en la calidad de los equipos directivos, y los incentivos para mejorar la eficiencia de los recursos destinados al sistema educativo deben ser parte de todo sistema que busca continuamente elevar la calidad de los servicios educacionales no solo del sector público, sino también del privado. Ahí el virtuosismo de la competencia.
Por último, en el ámbito de la educación superior, el desarrollo de un sistema de acreditación sólido y una institucionalidad moderna, debe acompañar la expansión de las fuentes de financiamiento para los estudiantes. Tal combinación permite evitar la proliferación de instituciones que entregan títulos, pero no valor agregado.
La tarea no ha sido ni será fácil. Por una parte, la tentación de expandir cobertura sin asegurar calidad es difícil de evitar entre los políticos. Por otra, sabemos que la implementación de iniciativas complejas no es un ámbito en donde los gobiernos de la región sean particularmente efectivos y eficientes (¿reflejo también de los problemas de capital humano?). Pero de la mano del pragmatismo y evitando pasar la retroexcavadora sobre lo existente, todo parece sugerir que el Perú continuará el lento proceso de enderezar su torre de PISA, fortaleciendo de paso el potencial de su futuro crecimiento. Felicitaciones.