(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Piero Ghezzi Solís

El jueves pasado Diego Macera publicó un artículo (“”) en el que concluía que nadie puede estar en contra de la (DP), que encender nuevos motores de crecimiento es posible y necesario, y que no debemos enfrascarnos en discusiones bizantinas, cuando casi todos estamos de acuerdo en lo fundamental. Dos días antes en una reunión sobre reforestación, el congresista Marco Arana mencionó que era lamentable que el gobierno haya abandonado la DP.

Que haya coincidencias sobre la DP entre el gerente general del IPE y un líder de izquierda sugiere que es posible armar el consenso imprescindible para avanzar. Es crucial. Las políticas públicas exitosas requieren perseverancia. Y ella, consensos como los que ya existen en la macroeconomía, infraestructura y capital humano.

La DP merece estar en esta lista. Los errores garrafales cometidos por aquellos que buscaron forzar la industrialización en décadas pasadas (y desdeñaron nuestros recursos naturales) hacen entendibles las reacciones instintivas contra la DP. Pero no son justificables. La DP no es industrializar, es buscar poner en valor todos los sectores con potencial, incluida la industria.

La diferencia relevante en el siglo XXI no es entre recursos naturales e industria, es entre empresas productivas y poco productivas, independientemente del sector. Lo importante es cómo se produce, no qué se produce. Uruguay es un ejemplo. Parece encaminado al desarrollo exportando recursos naturales (ganadería, forestal y agricultura) con alta base tecnológica.

Nosotros tenemos dos ejemplos recientes de alta sofisticación en recursos naturales. Primero, nuestra agroexportación. Es para todo fin práctico un sector distinto de la agricultura tradicional. Se optimiza continuamente la cantidad de agua y fertilizantes que va a cada parcela. Se hace uso de la biotecnología para clonar y reproducir a las mejores especies. En el packing se utilizan algoritmos de inteligencia artificial que toman fotos y separan incluso frutos muy pequeños según las características de cada mercado. Segundo, nuestra acuicultura. Nuestros productores de langostinos más sofisticados son los más productivos del mundo. Logran más de 100 tm por hectárea por año vs. 2 tm de la acuicultura no tecnificada. En ambos casos, como en otros, se están generando innovaciones ‘made in Peru’ que nos permitirán seguir mejorando.

Debemos dirigir esfuerzos a aumentar la productividad. Es una tarea conjunta público-privada. El Estado falla por exceso, como cuando genera trámites burocráticos innecesarios. Pero también por defecto. Como cuando no provee bienes públicos indispensables para la productividad privada. ¿Hubiera sido posible el ‘boom’ agroexportador sin los proyectos de irrigación, el Senasa y la Ley 27360 (Ley que aprueba las normas de promoción del Sector Agrario)?

Las mesas ejecutivas, recientemente reinstaladas en el MEF, son un instrumento para que el Estado entienda al sector privado y alinee la oferta de bienes públicos (infraestructura, normativa, fondos para innovación, etc.) necesaria para hacerlo más productivo. La simplificación administrativa es solo parte de la tarea. Como en todo, la clave es la implementación. De nada servirán buenas normas que no mejoran, en la cancha, la productividad.

Otro instrumento del Estado para mejorar la productividad son los centros de innovación tecnológica (CITE). Existen para ayudar a que los clústeres productivos cierren sus rezagos tecnológicos. En el mundo ideal nuestras mypes comprarían las mejores tecnologías. Pero no lo hacen. Los CITE deberían ayudarles a mejorar la coordinación, transferirles tecnología, a capacitarlos, etc. Como con las mesas, si no se implementan bien y no se busca su mejora continua no cumplirán, salvo heroicos casos aislados, sus objetivos.

Para la agricultura, el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) y sus estaciones experimentales podrían jugar un rol similar. Pero en los últimos 25 años han estado de espaldas a las realidades productivas. Eso podría cambiar con la Mesa Agroexportadora del Ministerio de la Agricultura, pero requerirá perseverar.

Para avanzar es saludable abandonar nuestros monstruos ideológicos del pasado. Sobran propuestas genéricas para aumentar nuestra productividad (como profundizar reformas de segunda generación) que suenan bien pero que delatan no saber cómo hacerlo. La ventaja de la DP es que ofrece medidas concretas sobre cómo poner en valor sectores con tremendas ventajas comparativas, pero que hemos abandonado. El camino no es fácil, pero no hay alternativa. Requerirá escuchar, implementar, aprender, corregir y, fundamentalmente, perseverar.