Estaba ahí, frente a nosotros, y no lo habíamos notado. Por suerte, sigue ahí: la respuesta a los problemas del Perú está en las esquinas, en los quioscos. No me refiero a los diarios que, con dos o tres excepciones, manipulan en lugar de informar. Me refiero, en cambio, a los libros que, junto a pasquines y crucigramas, cuelgan de los mismos, esperando que los compremos y leamos. Libros como los de la colección “Grandes Pensadores” de Gredos.
Esto es sorprendente y esperanzador. Es sorprendente, pues el Perú contemporáneo no parece dado a la lectura y al pensamiento. Pruebas de ello sobran, pero mencionemos una, cortesía del propio Estado, y no de ahora, sino desde hace ya buen tiempo: el currículo escolar no incluye a la filosofía y, por ende, a muchos de los grandes pensadores de la historia. Es también esperanzador, pues es prueba de que el hambre por las preguntas humanas fundamentales, como las de la verdad, el bien y la belleza, sigue viva entre nosotros.
Pensemos en el bien, que se encuentra en la raíz de nuestros mayores problemas, como el crimen y la corrupción. Y tomemos como muestra lo que nos dicen sobre el bien, o la ética, dos gigantes en dos obras maestras: Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” e Immanuel Kant en su “Crítica de la razón práctica”.
Empezando por Aristóteles, el filósofo griego nos ofrece una poderosa definición de la felicidad humana. Nos dice que la verdadera felicidad no yace en el dinero, la fama o los placeres (aunque estos no deben ser despreciados), sino en hacer virtuosamente aquello para lo que los humanos estamos hechos: usar y seguir a la razón. Si nosotros, con ayuda de la razón, ponemos orden en nuestros deseos, sentimientos y pensamientos, viviremos en armonía no solo con nosotros mismos, sino también con los demás. Floreceremos en comunidad. En el Perú, en cambio, parece reinar la irracionalidad. ¿No nos haría bien un poco o más de Aristóteles?
Kant, por su parte, nos dice que lo más importante en la vida no es que todo nos vaya como queremos, sino ser buenas personas. Ser buenas personas, a su vez, consiste en obedecer a la ley moral que encontramos en nuestra propia razón. Esta ley de la ética nos ordena (disculpen el alemán) actuar según máximas o principios que apoyaríamos se vuelvan universales. En una versión más simple y restringida, esta ley moral ordena que tratemos a los demás como consentiríamos que nos traten en la misma situación. En el Perú, en cambio, parecen reinar el egoísmo y la parcialidad. ¿No nos haría bien un poco o más de ética kantiana?
¡Qué bien le haría al Perú pensar el bien! Esto es obvio y urgente. En ese ejercicio encontraremos, de a pocos, y sin duda imperfectamente, la respuesta; es decir, la solución a los grandes problemas que enfrentamos. La solución a estos problemas exige, sin duda, gente competente y creativa. Pero en primer lugar exige gente ética. Y la ética se encuentra en los libros: en los libros que cuelgan, sorprendente y esperanzadoramente, de los quioscos peruanos.