Javier González-Olaechea Franco

Hoy se cumple un año de la invasión de , una nación que comparte con un pasado común desde el siglo IX, cuando la tribu rus poblara Kiev y esta se convirtiera en la capital del principado de Moscú. Del siglo XVI en adelante Ucrania integró, con interrupciones, tanto el vasto imperio zarista como la URSS.

El territorio es actor y escenario de la política internacional y condiciona o determina la política exterior de un país cuando presume o comprueba la existencia de una amenaza externa.

Con frecuencia se puede prevenir cuándo, en qué condiciones y qué actores intervienen cuando estalla un conflicto, pero jamás anticipar cuándo, cómo y con qué nuevos actores finaliza.

La invasión rusa era totalmente previsible tras el derrumbe del Muro de Berlín. Es más, diría que es el capítulo más visible y cruento de una guerra focalizada de baja intensidad iniciada con anterioridad.

En la Cumbre de Malta de 1989 el secretario de estado de los EE.UU. James Baker, en presencia del presidente George Bush, le aseguró a Mijaíl Gorbachov que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada más”, refiriéndose a las exrepúblicas soviéticas. Tras la reunificación alemana, Eslovaquia, Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Albania y Rumania y Albania se incorporaron a la alianza atlántica.

Tiempo después, Putin acusó a la OTAN de violar el Acta Fundacional de Relaciones Mutuas, Cooperación y Seguridad entre la Federación Rusa y la OTAN, suscrita en París, en mayo de 1997, por Bill Clinton y Boris Yeltsin. La alianza había instalado sistemas bélicos ofensivos en las fronteras de Letonia, Estonia y Polonia con Rusia.

En febrero del 2014 Moscú y después alentó la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk. Hace dos años Putin sostuvo que los rusos y los ucranianos eran “un solo pueblo” y acusó a Occidente de haber producido en Ucrania un “cambio de identidad forzado” contrario a Moscú.

Producida la invasión, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, señaló que buscaban obtener la neutralidad ucraniana –como Finlandia–, la aceptación de una Crimea rusa y el reconocimiento de la independencia de las repúblicas mencionadas.

Resulta mejor entender una guerra conociendo la personalidad de sus generales. Putin, importante cuadro de la KGB, ha manipulado lo posible para retener el poder más de 20 años. Profundamente autócrata, nacionalista, conservador y pragmático está convencido del destino histórico de su país, considera que Rusia ha sido maltratada por Occidente e intenta restaurar el poder “zarista” en el concierto de las naciones.

Con escasos aliados desafía, mide y tensa todo lo que puede al límite y sostiene que el cristianismo ortodoxo ruso posee valores moralmente superiores a los occidentales, a los que tilda de decadentes debido a sus “excesos liberales”.

A Volodimir Zelenski, quien fuera un comediante tiempo antes de aspirar a la presidencia ucraniana, la guerra lo convirtió en el esperado líder de la resistencia nacional y occidental, de sus libertades y de sus valores. El presidente ucraniano ha desplegado notables esfuerzos para facilitar la diáspora ucraniana en extensos corredores humanitarios por los que han huido en diversas direcciones millones de personas, muchas buscando refugio en las tierras de sus ancestros, como ocurre con los descendientes de polacos.

Viajando mucho, Zelenski logró centrar a la guerra en la agenda global, consiguió fondos, unidades bélicas, armamentos y votos.

En este contexto, la Unión Europea siempre sostiene largas negociaciones para acordar acciones conjuntas dado que cada paquete de ayuda a Ucrania debe considerar las particularidades de sus miembros ya que no todos sufren por igual ni tienen las mismas alforjas.

Las Naciones Unidas tiene enormes limitaciones que nacen de la conformación del Consejo de Seguridad; no ha propiciado un orden mundial justo, ni siquiera uno que refleje hoy un mundo apolar. Así y todo, Zelenski consiguió que los referendos promovidos por Moscú en Jersón y Zaporizhia, Lugansk y en Donetsk fueran declarados violatorios del derecho internacional por la ONU y que la Asamblea General adoptara una resolución –no vinculante– condenando la invasión con 141 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones.

La desinformación es tan antigua como la guerra misma y resulta casi imposible obtener datos precisos del combate, pero las imágenes no dejan dudas sobre la ferocidad de este. Dadas las condiciones, un balance preliminar permite calcular que el número de muertos y de heridos militares y civiles es inmenso y asegurar que la destrucción de la infraestructura de los activos críticos ucranianos no baja del 80%.

Según fuentes especializadas, la producción y los precios de las armas –negocio para pocos– han alcanzado máximos históricos. Debido a las renovadas y ampliadas restricciones impuestas a Rusia y al corte del suministro de gas ruso a Alemania, entre otros, se incrementaron el costo del petróleo, la inseguridad alimentaria y los actores en la escena. En adición, aumentó el costo de vida por doquier, se alteraron las rutas comerciales y Rusia viene fortaleciendo la ruta euroasiática, China mediante.

Sylvie Kauffmann, editorialista de política internacional de “Le monde” y excorresponsal en Moscú, considera que la guerra ha cambiado profundamente a Europa. Así lo expresa:

“Primero dijimos que esta guerra era existencial para Ucrania, luego nos dimos cuenta de que también lo era para Putin. Si la pierde, todo su credo se desmorona, luego nos dimos cuenta de que también es importante para nosotros”.

La única sorpresa en la guerra ha sido la resistencia ucraniana a punto de existir en Europa un oculto temor de que Rusia sea atacada en su suelo, lo que no descarto dado los últimos acontecimientos.

Según el jurista, diplomático y novelista Ernesto Pinto, residente en Alemania, la inesperada visita del presidente estadounidense Joe Biden a Kiev el lunes pasado es un respaldo inocultable para Ucrania. En Kiev, Biden dijo: “Un año después, Kiev sigue de pie, Ucrania sigue de pie y la democracia sigue de pie”, y después, en Varsovia: “Ucrania nunca será una victoria para Rusia ¡Nunca!”.

La respuesta rusa no se hizo esperar: anunció que suspendía su participación en el Tratado Nuevo Start, que regula la fuerza nuclear de las potencias mundiales. En buena cuenta, el conflicto ha escalado gravemente.

No habiéndose obtenido siquiera la neutralidad ucraniana y con las nuevas posiciones de Biden y Putin, el presente parte de guerra es de pronóstico más que reservado.

Javier González-Olaechea Franco es doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista

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