Hace buen tiempo, más del que nos gustaría, nos encontramos sumidos en una profunda crisis política. En nuestro país encuentran espacio las grandes corrientes de crisis mundiales como las particulares. Desde el mundo nos llega la crisis de representatividad, la polarización –el auge de los extremos–, la pérdida del diálogo; es decir, la crisis en la confianza del sistema democrático. Es que la democracia, en ocasiones, no sabe defenderse y termina siendo utilizada por aquellos que pretenden socavarla.
Hoy una parte importante del mundo se encuentra bajo regímenes autoritarios elegidos dentro de democracias liberales. A esto se suma que la tecnología es usada como la guardiana de la información pública y ha permitido que todo, hasta los “hechos”, sean discutibles.
En este escenario, emerge un factor crítico: las ‘fake news’. Aunque no son un fenómeno reciente, su potencial para moldear el debate público y alterar procesos electorales mediante las redes sociales sí representa una novedad preocupante.
Las redes sociales operan mediante algoritmos que propician la formación de las denominadas burbujas ideológicas, mostrando al usuario información alineada con sus creencias previas y reduciendo su exposición a opiniones divergentes. Se trata de un aspecto crítico que compromete el debate público, esencial en la democracia, ya que limita el intercambio de argumentos variados y necesarios para una deliberación constructiva.
Abordar este problema es desafiante, pero a la vez imprescindible. Es medular la diversificación de fuentes y verificación de datos, tácticas fundamentales para quien consume noticias. En este marco, el rol del periodismo se vuelve aún más crucial. Un periodismo riguroso es esencial para la salud de la democracia, ya que proporciona el fundamento para debates públicos bien informados. El disenso, en democracia, es debatir y discutir con argumentos y con información, en democracia se escucha y se llega a acuerdos, a veces se gana y a veces se pierde.
Hasta ahí el fondo. ¿Y la forma? Pues los sospechosos comunes: elecciones libres (no solo en el acto electoral, sino también durante el proceso), libertad de información y de expresión, separación de poderes, por mencionar algunos.
Los dos ejes son claves para tener una democracia mínimamente saludable. Si un partido señala que ciertas cosas son “pelotudeces democráticas” y otro se registra bajo el nombre de un candidato que, muy probablemente, vulnerará los principios de forma y de fondo democráticos, entonces el sistema debe defenderse.