Es un hecho: uno se acuerda de que tiene columna el bendito día en que se la lastima. Somos cuidadosos con las partes visibles de nuestro cuerpo o, por lo menos, con las que nos otorgan nuestra apariencia externa. Los ojos, las manos, la piel y hasta los bíceps. Nadie busca embellecer su columna y las únicas ofertas que se dan en los tópicos de salud son las que buscan repararla cuando está finalmente dañada.
De la misma manera, el Perú tiene una columna vertebral sobre la cual navega un importante porcentaje de sus actividades: el sistema gasífero natural, en el que pocos reparan. En los últimos años, debido a sus ventajas comparativas con otros combustibles –tanto en el precio como en aspectos medioambientales–, el gas natural ha ido cobrando una importancia mayúscula en la matriz energética nacional.
El diario “Gestión” publicó en agosto del 2014 algunas cifras que ilustran mejor lo determinante que es: Camisea abastece el 95% de la demanda interna de gas natural. Asimismo, existen más de 165 mil usuarios de Lima e Ica con acceso a la matriz, más de 360 mil vehículos convertidos a GLP o GNV y el 41% de la generación eléctrica es producida a base de este recurso. Por ello, la obstrucción o destrucción del ducto tendría graves consecuencias. Si se diese ese caso, recién se tendría en cuenta la columna oculta bajo tierra. No poder recargar un celular o una cola de taxistas frente a un grifo desabastecido son situaciones poco agradables en estos tiempos.
La historia del gas nuestro de cada día se inicia en Camisea (Cusco), donde la naturaleza nos ha dotado de ingentes reservas de este recurso natural, cuyo potencial se traslada al uso público a través de una serie de ductos, estaciones de bombeo, reductores de presión y compresoras colosales . Y cuyo destino final son hogares, fábricas, plantas de luz y grifos.
Pero el sistema pasa por un punto álgido: el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem). Los líderes de Sendero Luminoso, que no son tontos y son bastante doctrinarios, descubrieron su importancia tiempo atrás y dirigieron sus tentáculos hacia allí. Como consecuencia, la zozobra se instaló y cobró un alto precio.
Toccate es un poblado sobre la carretera hacia el río Apurímac que tiene un rompemuelles peculiar. Cuando los vehículos se detienen para sobrepasarlo, aparecen unos niños vendiendo unas riquísimas granadillas. Es también el primer lugar en que Sendero Luminoso incursionó, en junio del 2003, secuestrando a 71 trabajadores de una empresa. Este sería el primero de varios capítulos de emboscadas, secuestros, sabotajes, atentados y enfrentamientos.
Saliendo de Tambo (Ayacucho), se pasa por la localidad de San Miguel y de allí se asciende por una sinuosa y polvorienta carretera de varias bifurcaciones. En su momento de máxima altura la carretera cruza Pacobamba, y es partir de ese punto que el Ejército empieza la custodia de esta infraestructura tan delicada para las actividades económicas del país. Desde los 4.500 metros de Pacobamba, hasta el mismo corazón de la selva de La Convención, cientos de soldados patrullan diariamente lo que se llama “Eje Energético”, para impedir cualquier acción en contra de su funcionamiento. Las bases se pierden en la lejanía de los pueblos perdidos, que antes eran territorios inexpugnables, como Malvinas y Miaría.
La acción militar incluye la protección de los trabajadores que hacen mantenimiento o reparaciones a los daños en el gaseoducto originados por las fallas geológicas o efectos del clima, que no es muy amable. El trabajo requiere mucha planificación y las rutinas están prohibidas, sea por seguridad o por instinto.
Conforme las bases militares se han ido consolidando, el terrorismo ha retrocedido en su ofensiva, pero el equilibro no deja de ser delicado. Quizá sea como los males crónicos, que requieren de una medicación continua para no reaparecer en su mejor forma, tal como ocurrió en abril del 2012, cuando los cabecillas “Alipio” y “Gabriel” nuevamente secuestraron trabajadores. Este hecho fue mucho más complejo, pues generó varias acciones de combate, bajas humanas y el pánico entre los trabajadores.
Esas son las razones por las que nuestros soldados, día a día, vigilan tan delicada infraestructura. Digo “nuestros”, porque son de la nación peruana, sin excepción. Por ese compromiso es que muchos compatriotas pueden encender una bombilla eléctrica, tomar una carrera en taxi o prepararse una sopa caliente. Si alguna vez pasa por allí, salúdelos. Para ellos, no hay nada más gratificante que hacer algo por quien no conoce.