Cincuenta y cuatro muertos. Más de 580 policías heridos. Más de dos mil millones de soles en pérdidas económicas. Cinco aeropuertos vandalizados. Catorce sedes judiciales atacadas o incendiadas, 21 del Ministerio Público y no menos de cinco comisarías que siguieron la misma suerte. Cuatro grandes operaciones mineras atacadas o amenazadas y luego paradas. Cinco fundos agroexportadores en Ica objetos de incendio o saqueo con la población en ascuas. Más de 80 puntos de bloqueos en carreteras. Puerto Maldonado aislado y sin recibir alimentos ni medicinas. Gente que no llega a sus lugares de destino, que no puede vender sus productos, que muere en el camino y otras tantas que pierden su trabajo o ingreso en sectores como el turismo.
Abstráigase. Piense en cualquier país. ¿Qué revelan esos hechos? Porque son hechos. No es una narrativa ni una interpretación de la realidad donde intervienen posiciones o sesgos. Es un país bajo ataque, pero, además, en forma concertada.
Si, además, “coincidentemente” varios presidentes de países vecinos u otros de la región terminan justificando lo que llaman “protesta social”, pero con los resultados arriba señalados, entonces ¿seguimos pensando que todo es coincidencia?
Ah. Me olvidaba del hecho más importante. El factor que gatilla el ataque al país es el intento de golpe de Estado de un presidente para eludir denuncias por corrupción, como lo acaba de refrescar muy bien en la cumbre de la Celac la canciller Gervasi.
Ahora pasemos a la “narrativa” que es donde políticos, analistas, periodistas de todo linaje, ideología y nacionalidad se pasan horas de horas, sea en medios o en redes sociales. Y aquí el cielo es el límite. Que si es terrorismo o no, que si yo veo las causas profundas de lo que está detrás de las protestas, pero tú no, que si esto tiene 200 años, que si es el fujimorismo, que si es la coyuntura iniciada en el 2016 con PPK, que si es la Lima y la “clase dominante” que sigue de espaldas al país, etc.
Claro que hay causas profundas e históricas para movilizar una y mil veces a cientos de miles de peruanos excluidos de los beneficios del modelo. Pero solo poniendo como ejemplo la data que recientemente brindó Iván Alonso en estas páginas sobre el flujo de recursos recibidos por la región Puno en los últimos años, la conclusión central sigue siendo la misma: estamos ante el fracaso del Estado por su disfuncionalidad, no por la ausencia de recursos o de oportunidades.
Y, por ende, si yo fuera un compatriota del sur andino excluido de los beneficios, la primera reforma por la que marcharía sería la del Estado, empezando por el modelo de regionalización que obstaculiza el desarrollo, precariza progresivamente mi calidad de vida y, además, es símbolo de corrupción.
Si de narrativas se trata, ahí tienen una.