La sangrienta invasión de Vladimir Putin a Ucrania ha expuesto hasta qué punto la clase dirigente británica y su industria de servicios financieros han confabulado con el Kremlin durante los últimos 20 años, proporcionando un puerto seguro para la enorme riqueza de los principales oligarcas rusos. A pesar de las duras sanciones del Reino Unido impuestas ahora a estos empresarios multimillonarios, la pregunta es si ya es demasiado tarde para revertir el proceso de infiltración corrupta de los aliados más cercanos de Putin en las raíces más profundas de la sociedad británica.
Si bien los oligarcas rusos han invertido sus ganancias mal habidas en todo el mundo, el Reino Unido ha sido su destino preferido. Esto llevó a los críticos de esta relación simbiótica enfermiza a cambiar el nombre de la capital a ‘Londongrado’. Y cuando estalló la invasión de Ucrania, se demostró que la clase dirigente británica había sido una facilitadora voluntaria para los jefes de la mafia de Putin. En retrospectiva, nunca se debería haber permitido que los oligarcas compraran su entrada usando dinero robado de las instituciones estatales rusas después del colapso de la Unión Soviética.
Pero siendo los mercados libres lo que son, eso es lo que pudieron hacer. A lo largo del 2000 y el 2010, la inversión rusa en Londres se convirtió en la “nueva normalidad”. “The Economist” describió a Londres como “un cubo de basura para la riqueza sospechosa de Rusia”. Beneficiándose de una política de “no hacer preguntas” entre muchas instituciones financieras, los principales oligarcas de Putin han concentrado su riqueza en ‘Londongrado’, comprando con miles de millones de dólares propiedades palaciegas, jets privados, yates e incluso clubes de fútbol. Estas inversiones, que incluyen millones de dólares en donaciones anuales al Partido Conservador gobernante, así como a prestigiosas universidades del Reino Unido, han permitido que algunos de estos cleptócratas rusos se conviertan en pilares de la sociedad británica.
Ninguno más que Roman Abramovich. A pesar de su imagen de capitalista ruso amistoso, sus decisiones de inversión estaban controladas por Putin. Una reportera británica, Catherine Belton, sostuvo que Abramovich compró el Chelsea Football Club por órdenes directas del presidente ruso como una forma de ganarse a la sociedad británica mediante la inversión en su deporte nacional. El Kremlin niega la acusación. Pero, ¿cómo explicar entonces el papel protagónico de Abramovich en las recientes negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania? Solo resalta el hecho de que el Reino Unido ha sido durante mucho tiempo un socio silencioso en la estrategia maquiavélica del Kremlin para un control extranjero más amplio, una estrategia que ha permitido que sus oligarcas se infiltren en los sistemas políticos, económicos y legales de Gran Bretaña con facilidad. Los multimillonarios de Putin llegaron a Londres con el objetivo de corromper a la élite política británica.
Y la clase dirigente del Reino Unido fue cómplice de su propia corrupción. Actuó como un proveedor de servicios voluntario, aunque ingenuo, para una élite rusa sin escrúpulos, ofreciendo acceso exclusivo –a cambio de enormes ‘honorarios de búsqueda’– a los mercados de capital, bienes raíces de primera, las mejores escuelas privadas, así como especialistas en impuestos y abogados con habilidad para combatir las acusaciones de corrupción o vínculos con Putin en la prensa. Incluso el derecho a vivir en el Reino Unido estaba a la venta. El gobierno del Reino Unido reveló la semana pasada que ocho oligarcas anónimos recibieron “visas doradas” que les permitían residir en el Reino Unido a cambio de una inversión individual de al menos US$2,5 millones.
Todo esto se proporcionó a pesar de que Putin estaba asesinando en secreto a sus enemigos políticos en suelo británico: el asesinato de Alexander Litvinenko en el 2006 y el envenenamiento con gas nervioso del exoficial de inteligencia ruso Serguéi Skripal y su hija en Salisbury en el 2018. La clase dirigente del Reino Unido condenó los asesinatos, pero no se tomó ninguna medida para castigar a los oligarcas, los representantes más cercanos de Putin en Londres.
Fue necesaria la brutal invasión rusa a Ucrania en febrero para cambiar estas actitudes para siempre. La guerra ha provocado la condena unánime de Occidente y ha centrado la atención en el “enemigo interno”, el séquito de multimillonarios rusos que viven en Londres bajo las órdenes directas de Putin. El primer ministro Boris Johnson ha dicho que los oligarcas tenían la sangre del pueblo ucraniano en sus manos. Advirtió que no tendrían dónde esconderse en Londres.
A pesar de los titulares que elogiaron las sanciones de Johnson contra los principales empresarios de Rusia el mes pasado, hay poco que sugiera que estas disuadirán a Putin. Después de años de hacerse de la vista gorda, es un caso de “se hizo demasiado poco, demasiado tarde”. Por supuesto, los oligarcas nunca confiaron por completo en un solo refugio financiero seguro. Si la jurisdicción hubiera sido demasiada hostil en ‘Londongrado’, habrían movido su riqueza sin esfuerzo a sus cuentas ‘offshore’. En otras palabras, la crisis de Ucrania ha expuesto no solo las deficiencias de Londres, sino también las fallas fatales en el sistema financiero global. Mikhail Khodorkovsky, un crítico abierto de Putin, dice que se necesita una ruptura final: “Occidente debe distanciarse de los oligarcas de Putin. El dinero que traen no es nada comparado con el dinero que Occidente tendrá que gastar para protegerse”.
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