A propósito de que finalizó la Conferencia de Partes (COP) sobre el cambio climático en Madrid, las noticias nos bombardean con datos poco alentadores: el Ártico se deshiela, un millón de especies en peligro de extinción, microplásticos hasta en el fondo del mar, incendios enormes, océanos quedándose sin oxígeno ni peces y, principalmente, la mayoría de las naciones están endeudadas en sus compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto de invernadero. No se avizoran avances significativos ni confiables. Las metas del Tratado de París ya son obsoletas.
Y encima de todo, la adolescente Greta Thunberg, recientemente elegida la Persona del Año por la revista “Time”, nos habla –llorando y furiosa, de pánico y decepción–. Es cierto que el escenario mundial es escasamente auspiciador, pero poco ayuda estar repitiendo un discurso de fin del mundo, cuando el efecto que este produce es más de negación colectiva. Indudablemente, Greta está haciendo una gran misión al llamar la atención y movilizar a millones de jóvenes a expresar públicamente su protesta por el mundo que heredan. Pero quizá es a esos jóvenes a quienes el mensaje deba ir dirigido, más que a los gobiernos. Las generaciones jóvenes hoy son la principal fuerza y motivación del consumo. Y hoy más que nunca, estas se encuentran más alejadas de la naturaleza.
Quizá sean los jóvenes quienes puedan dar el ejemplo y las pautas a seguir. Lo que le deben exigir a los adultos de hoy es proteger los ambientes naturales que aún tenemos lo más que se pueda. De pasarles la posta con material de trabajo. Hablamos de los ecosistemas (marinos y terrestres) que aún están en buena condición ecológica, y también de apoyar las acciones de conservación y manejo en ellas. En el Perú, los avances no son pocos.
Nuestro país, situado entre las cinco naciones con la mayor diversidad de especies biológicas en el mundo, todavía tiene cerca del 80% de la Amazonía con bosque en pie, y aún con la mayor parte intacta. Contamos con un sólido y decente sistema de áreas naturales protegidas, que son nuestro orgullo nacional, con modelos mundiales de colaboración entre pueblos indígenas, comunidades locales y gobiernos para la protección de áreas y recursos naturales. Si bien no es como fue en algún momento, nuestro mar sigue siendo rico y bondadoso. Aunque muchas especies de animales y plantas se encuentran en estado vulnerable o crítico, no tenemos ningún caso de extinciones. Más bien tenemos casos espectaculares de recuperación de especies amenazadas (como la vicuña y la pava aliblanca). Tenemos una legislación bastante avanzada y un creciente sector privado dando señales de mejorar sus prácticas. Pero lo más importante es que tenemos una sociedad civil vibrante muy activa en defender nuestro patrimonio natural. Si bien hay serios desafíos de que preocuparse (deforestación y tala ilegal creciente, planes de desarrollo de infraestructura mal planificados, gobernanza ambiental aún débil, entre otros), hemos avanzado enormemente. No quiero pecar de optimista ingenuo, pero si creo que, en vez de estar medio vacío, “el vaso esta medio lleno”.
La mejor actitud para enfrentar estos desafíos es con propuestas, optimismo y una buena actitud. Estamos a tiempo de salvar buena parte del patrimonio natural del país y del planeta. La propuesta 30/30 avanzada por varias instituciones en Madrid, de proteger el 30% los océanos y ambientes terrestres para el 2030 es una meta posible a la que como nación nos debemos sumar. Estamos acercándonos a esta cifra en las áreas terrestres (18%), pero en el ámbito marino aún estamos lejos. Con la promesa del Ministerio del Ambiente de declarar dos áreas marinas (Mar de Grau y Dorsal de Nasca), llegaríamos a proteger encima del 7% de nuestro mar. Las recientemente declaradas áreas de conservación regional Lomas de Lima y Ausangate se suman como logros importantes del Perú para proteger nuestro país y, por ende, el planeta. Greta dice que “estamos desesperados por señales de esperanza”. Sonríe, Greta, aquí en el Perú hay algunas buenas.