"Durante décadas, los líderes del Golfo parecían creer que sus estrechos vínculos con los Estados Unidos los hacían casi invulnerables". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
"Durante décadas, los líderes del Golfo parecían creer que sus estrechos vínculos con los Estados Unidos los hacían casi invulnerables". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)

Los misiles que impactaron el pasado fin de semana no solo destruyeron tanques de petróleo. También dieron el golpe final a una doctrina que se ha desvanecido durante años: la creencia de que Estados Unidos mantiene un paraguas de seguridad capaz de proteger a los estados ricos en petróleo del Golfo Pérsico de sus enemigos, y, especialmente, de .

Los errores de cálculo del presidente nos ayudaron a llegar aquí. Pero la actual crisis del Golfo no se trata solo de esta administración y las trampas de su campaña de “máxima presión” contra Irán. Estados Unidos se ha desconectado del Medio Oriente desde la catástrofe de la invasión de Irak en el 2003. Ahora que el petróleo de esquisto ha hecho que Estados Unidos sea mucho menos dependiente del petróleo convencional del Medio Oriente, es difícil imaginar que un presidente estadounidense arriesgue demasiado para defender a Arabia Saudí.

Durante décadas, los líderes del Golfo parecían creer que sus estrechos vínculos con los Estados Unidos los hacían casi invulnerables. Regularmente, instaron a los diplomáticos y generales estadounidenses a endurecerse con su vecino iraní o incluso a “cortar la cabeza de la serpiente”, como lo expresó el rey Abdullah de Arabia Saudí en el 2008. La confianza de Arabia Saudí se vio reforzada por los recuerdos de la guerra del Golfo de 1991, cuando una coalición militar liderada por Estados Unidos revirtió la invasión de Saddam Hussein a Kuwait.

Pero la fe en el poder estadounidense siempre borró algunos hechos inconvenientes. La población y la fuerza militar de Irán eclipsan a las de los países del Golfo, y Estados Unidos está a casi 10.000 millas de distancia. En cualquier guerra concebible, las ciudades del Golfo estarían entre los primeros objetivos. Y a diferencia de Irán, esas ciudades son extremadamente vulnerables: una sola bomba podría destruir el estado de Dubái como un centro seguro para el comercio, el transporte y el turismo.

Ahora la pesadilla parece hacerse realidad. El sábado, varias descargas de misiles iraníes eludieron las costosas defensas saudíes, perforando cuidadosamente los tanques e instalaciones de almacenamiento de petróleo en dos de los sitios más importantes del reino y haciendo que los precios mundiales del petróleo suban. El daño fue limitado, pero su mensaje no lo fue: Irán podría atacar la línea de vida económica del Golfo en cualquier momento.

Las consecuencias políticas han sido igualmente escalofriantes para Riad. Trump, reacio a verse arrastrado a una guerra que podría dañar sus perspectivas electorales, respondió con su mezcla habitual de bravuconadas y negociaciones. Incluso cuando el secretario de Estado Mike Pompeo calificó los ataques como “un acto de guerra”, la administración ha arrojado la decisión a la cancha saudí. Son reacios a aceptar esa responsabilidad.

Todavía es demasiado pronto para decir qué sucederá con todo esto. Si las provocaciones no se convierten en una guerra abierta, que seguramente obligaría a Estados Unidos a involucrarse, es probable que Irán emerja más fuerte en cualquier diplomacia posterior, ya sea con la administración Trump o sus vecinos en el Golfo.

El compromiso estadounidense de proteger a las monarquías del Golfo tiene sus raíces en 1945, cuando Franklin D. Roosevelt se reunió con el primer rey de Arabia Saudí. Se fortaleció durante la Guerra Fría, cuando los presidentes, desde Harry Truman hasta George Bush, creían que proteger los campos petroleros de Arabia Saudí era esencial para combatir el comunismo.

La relación ha sido puesta a prueba, primero por los ataques del 11 de setiembre del 2001, en los cuales 15 de los 19 secuestradores eran saudíes, y luego por la creencia entre los líderes del Golfo de que el presidente Barack Obama los abandonó durante los levantamientos árabes del 2011.

Pero parecía volver a encaminarse con la elección de Trump. Los saudíes y los emiratíes inicialmente creyeron que sería un guardián más duro que Obama. Estaban encantados cuando se retiró del acuerdo nuclear con Irán y volvió a imponer fuertes sanciones.
Sin embargo, más recientemente, los líderes del Golfo se han inquietado por el desajuste entre la retórica de Trump y sus acciones.

Trump aún podría cumplir las esperanzas de los países del Golfo de que puede golpear y humillar a Irán. Pero en este punto, parece más probable que la actitud del presidente les proporcione un legado muy diferente y quizás más duradero: el reconocimiento de que deben aprender a manejar Irán sin la ayuda estadounidense.

–Glosado y editado—
© The New York Times.