Estados Unidos. (Foto: AFP)
Estados Unidos. (Foto: AFP)
Carlos J. Zelada

Invisible: Que no es visto. Si algo define la experiencia trans en el Perú es nuestra suprema indiferencia. Una semana atrás, el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, un proyecto que sistematiza los casos de personas trans y de género diverso asesinadas en el mundo, revelaba que, de los 2.609 homicidios violentos de personas trans perpetrados durante la última década, 2.048 se registraron en Centro y Sudamérica, y 24 en el Perú. Nuestras cifras oficiales son todavía más alarmantes, la Defensoría del Pueblo señala que, solo entre el 2012 y el 2014, en nuestro país 38 personas LGTB fueron asesinadas por odio.  

¿Por qué nos están matando? Hace un par de años, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) explicaba que las personas LGTB son violentadas porque desafían la matriz heterocisnormativa: un sistema que nos inyecta nociones de normalidad imaginada desde la heterosexualidad y la cisgeneridad, y que castiga a todo aquel que lo transgrede desde su orientación sexual e identidad de género. No se inquiete, querido lector, usted también tiene orientación sexual e identidad de género. Poseerlas no es el problema ni tampoco un patrimonio de los LGTB. Lo que ocurre es que hay quienes son vulnerables a partir de prejuicios y estereotipos creados alrededor de esa obligatoria heterocisnormatividad. ¿No me cree? Hablando de las personas LGTB, la CIDH ejemplificaba los atroces crímenes de odio cometidos contra ellas en nuestros países: “personas lapidadas, decapitadas, quemadas y empaladas, […] víctimas repetidamente apuñaladas o golpeadas hasta la muerte con martillos u objetos contundentes. Otras [que] reciben puñetazos o patadas hasta su muerte, les arrojan ácido o son asfixiadas, […] víctimas […] reiteradamente atropelladas por carros, mutiladas o incineradas”. Cuando se trata de personas trans, esta realidad es todavía más cruda. Tanto así que, en América Latina, las personas trans tienen una expectativa de vida, un reloj de arena, de solo 35 años.  

Surge por ello el Día de la Memoria Trans. Para recordarnos, cada 20 noviembre, a quienes desde lo trans han sido asesinados por simplemente tener el coraje de ser. Estas muertes nos revelan además el círculo vicioso de exclusión que se sufre en sociedades como la peruana, donde reconocerse como “otro/otra” es un alto riesgo. Y es que las personas trans recorren tempranamente los caminos de la discriminación. Al ser expulsadas de sus hogares, escuelas y comunidades por su identidad de género, la gran mayoría se ve forzada desde la adolescencia a practicar la prostitución callejera o el sexo por supervivencia y, por ende, a exponerse más al abuso y la criminalización. ¿Qué decir del acceso a la salud? La desvalorización de la identidad trans incide dramáticamente en la posibilidad de acceder a médicos confiables para realizar desde un chequeo habitual hasta intervenciones corporales supervisadas. Y ya ni le menciono las experiencias de quienes entre ellas apostaron en nuestro Poder Judicial para solicitar el reconocimiento jurídico de su identidad.  

En resumen, en el Perú las personas trans son tratadas como ciudadanas de segunda. Y eso es inaceptable. Este 20 de noviembre debe ser entonces un recordatorio de nuestra todavía invisible transfobia. ¿Cómo sería un mundo donde no tuviera que probarle a un juez que soy quien digo ser? ¿Cómo sería un país donde ser no me haga vulnerable al odio y la muerte? ¿Cómo sería mi vida si no hubiera sido expulsado de mi casa por ser yo mismo? Hoy, el Día de la Memoria Trans nos recuerda que estamos todavía lejos de celebrar una sociedad inclusiva. Una que no rehúya a ver la violencia, que no siga paralizada frente a ella. Una que me reconozca sin condiciones, sin carnavalizarme, sin quitarme valor. Una que tampoco me silencie si expreso a viva voz que soy diferente. Una donde ya no tenga miedo de ser (in)visible si trans-gredo.