El presidente ha demostrado todo tipo de incapacidades relacionadas con el bien hacer y el bien gobernar. Acotando, subrayo más de una docena de ellas: incapacidad de razonar, de discernir entre lo bueno y lo malo, de expresar la verdad, de gobernar, de hacer cumplir la Constitución, las leyes y los tratados según la Constitución, de liderar, de generar consensos mínimos, de escoger colaboradores, de jefaturar las fuerzas del orden, de rendir cuentas de sus actos, de garantizar la libertad de opinión y de información, de garantizar la paz interna, de personificar a la Nación y de representarnos en el exterior.
Desde el inicio de su gestión, nuestra alma societaria y libre ha sido emboscada y apuñalada desde el gobierno, sus facciones partidarias y amigotes.
La manipulación de todo lo posible, teledirigida desde Palacio, y la grosera y delictiva compra de voluntades para resistirse a la ley y seguir delinquiendo me recuerda a Cronos cuando mutilaba los genitales de sus hijos para que no gobernaran el tiempo a su antojo.
La concepción del tiempo bíblico nos conduce al infinito, a un dios increado y, por ende, no datado. Hoy, estamos frente a un mandatario que se cree el pueblo encarnado, dispuesto a entregar su sangre aduciendo ser crucificado por los sanedrines de los medios capitalinos y otros poderosos.
Esa grotesca y manipuladora escenificación ocurre tras un hecho hasta ahora jamás vivido: la denuncia constitucional formulada por el Ministerio Público ante el Congreso de la República contra un presidente en ejercicio por encabezar presuntamente una muy vasta organización criminal que, en su desconcertante incapacidad y desconocimiento, emula sin saberlo a la Hidra griega, por cuanto poseía varias cabezas, entiéndase varios brazos, conforme a la denuncia fiscal interpuesta.
La actuación fiscal autorizada por la justicia permite al país conocer más y mejor diversas transcripciones y documentos que directamente involucrarían al presidente, a familiares, a excolaboradores, a funcionarios y a exfuncionarios dirigidos por él y a otros ciudadanos, estén prófugos o aún libres.
La degradación y desnaturalización del gobierno nos convoca imperiosamente a cumplir todas nuestras obligaciones, iniciando una reconquista legítima del poder para que las próximas autoridades ejerzan una bien entendida gestión gubernamental, superen viejos y nuevos problemas, y procuren nuestro desarrollo.
Estamos, pues, obligados a actuar, y no de cualquier forma; debemos regirnos por el concepto de conciencia moral en tanto la capacidad de aplicar, cual silogismo, los principios morales a la gestión ética de todos los actos del rescate societario y de gobernar, lo que implica razonar, priorizar, conducir y generar la confianza necesaria.
¿Qué debemos priorizar? Al menos tres cosas, ordenadamente. Primero, acordar una iniciativa cívica y democrática gestando un pacto de transición y de gobernanza de punto fijo para reformar lo que corresponda y blindar las futuras elecciones de todo intento manipulador y no volver a las urnas con las mismas reglas y jueces. Segundo, vacar al presidente por incapacidad moral permanente e inhabilitarlo para ejercer la función pública. Y tercero, proceder igualmente con la vicepresidente para convocar a elecciones generales y enterrar a los asaltantes del Estado.
Hasta ahora, la preocupación por nuestros muertos la vivimos los vivos, sea porque los amamos o porque les tememos. Hoy, la ciencia es impetuosa y no se detiene ante ningún ‘rictus’.
Habría que preguntarles a los Tongas, una comunidad indígena del suroeste africano, por qué atan a los moribundos antes de morir. Algún escrito explica que lo hacen para que no causen daños a los sobrevivientes; es el miedo a la revancha o al castigo. Otros ataban las manos y los pies para que no volvieran a caminar y hacer de las suyas.
Pero hubo aquellos más precavidos, como los de la cultura Lima (100-650 d.C.), que enterraban a sus muertos boca abajo porque, si despertaban y deseaban volver, lo único que lograrían sería enterrase más.
Observe, apreciado lector, que tenemos aún mucho por aprender de nuestros ancestros.