La cercanía del 28 de julio, y del propio bicentenario de la independencia, nos invita a aproximarnos al tema de la emancipación y a su vivencia en la República. ¿Qué significó la independencia para los peruanos de entonces?
Se trató de un acontecimiento frente al cual se conjugaron ilusiones y temores. Las actitudes fueron muy variadas, al igual que las posiciones que se adoptaron frente a la llegada de la Expedición Libertadora. No obstante, debe precisarse que el origen de la independencia estuvo en el Perú. El “Mercurio Peruano”, en su primer número (1791), decía: “El principal objeto de este papel periódico […] es hacer más conocido el país que habitamos”. Vale decir que el Perú no era una realidad ajena, sino la casa de los que habían nacido en él. Este es el origen profundo de nuestra emancipación. Los hombres nacidos en el Perú deseaban con ánimo vivo gobernar su propia tierra.
Sin embargo, frente a este deseo de conducir lo propio, unos hombres lucharon por obtener reformas en el gobierno virreinal: fue el caso de Baquíjano y Carrillo en 1781, quien afirmó que “el bien mismo deja de serlo, si se establece y funda contra el voto y opinión del público”, en el famoso “Elogio” del virrey Jáuregui. Otros peruanos, como Viscardo y Riva-Agüero, pretendieron de modo directo la Independencia.
La separación de España encerraba múltiples cuestiones en el camino de la duda y de las incertidumbres. Por eso, la independencia supuso una guerra civil, una lucha entre los mismos peruanos sobre el porvenir del país. No olvidemos, como lo recordó José de la Riva-Agüero y Osma en “Paisajes peruanos”, cuando visitó la pampa de Quinua, que fueron miles los peruanos quienes lucharon en el ejército del rey en la batalla de Ayacucho. El debate no era sobre el ser del Perú, sino frente a su conducción. Ese debate se dio en la misma vida cotidiana, y en muchos casos en la intimidad de una misma familia. Todos eran peruanos, pero vivían matices o discrepancias frente al tema de la emancipación.
En este proceso, los peruanos se fueron acercando progresivamente a la voluntad de separarse de España, por el camino de las dudas, de los hechos concretos, de la reflexión. Es decir, la voluntad de la independencia nació en el Perú mismo, y su madurez y reflexión fueron consecuencia de la vida misma. Es más, incluso no pocos españoles que vivían en el Perú aceptaron la independencia. En este sentido, debemos recordar que tanto el alcalde de Lima –el conde de San Isidro– como el arzobispo –Bartolomé María de las Heras– eran españoles, y firmaron el acta de la Independencia.
Lamentablemente, el advenimiento de la independencia fue seguido de más de dos décadas de grave inestabilidad política. Se creó un Estado teórico y distante, que generó un vacío de poder y permitió la aparición del caudillo, figura que representará en nuestra historia el personalismo y la inseguridad. La llegada al poder de Ramón Castilla, en 1845, trajo consigo, finalmente, la organización del Estado. Es reveladora la carta que dirigió el libertador José de San Martín a Castilla, desde Francia, el 11 de setiembre de 1848, en el contexto de las revoluciones populares europeas de ese año:
“Los cuatro años de orden y prosperidad que bajo el mando de usted han hecho conocer a los peruanos las ventajas que por tanto tiempo les eran desconocidas, no serán arrancados fácilmente por una minoría ambiciosa y turbulenta. Por otra parte, yo estoy convencido de que las máximas subversivas que a imitación de la Francia quieren introducir en ese país encontrarán en todo honrado peruano, así como en el jefe que los preside, un escollo insuperable: de todos modos es necesario que los buenos peruanos interesados en sostener un gobierno justo no olviden la máxima de que más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados”.
El convencimiento de San Martín en 1848 –dos años antes de morir– sobre que el futuro del Perú iba a estar presidido por el orden y la prosperidad no pasó de ser un buen deseo. En efecto, si bien con Castilla se organizó el Estado, las décadas posteriores mostraron la debilidad de las instituciones y la falta de compromiso de buena parte de los líderes políticos en su conducción. Esta idea nos debería llevar a reflexionar sobre el hecho de que el Perú, en varias etapas de su vida republicana, ha sufrido procesos de inestabilidad, desorden e incluso anarquía. Debemos reflexionar también sobre cómo ha sido frecuente que la superación de tales procesos se haya logrado en buena medida en virtud de factores externos, y no vinculados a los méritos de nuestros dirigentes. Así ocurrió con el guano, riqueza “caída del cielo”, y con otros recursos que nos ha dado nuestro territorio, y que han generado ganancias en virtud de favorables coyunturas internacionales, que muchas veces no fueron aprovechadas para transformar el Perú. Pienso que el próximo bicentenario de la independencia tiene que ser la ocasión en la que los peruanos formulemos una visión ambiciosa de lo que queremos hacer con el país. Solo teniendo esa visión se podrá garantizar el bienestar que José de San Martín deseó para los peruanos en 1848.