Javier Portocarrero

Muchos analistas preveían un estancamiento de los niveles de . Pero lo cierto es que, en el 2022, 628.000 peruanos se volvieron pobres. Una cifra mayor a la población de Chiclayo o Piura. Así lo revelan las nuevas cifras de pobreza para el 2022, publicadas recientemente por el , con base en la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho).

Aunque el PBI creció magramente un 2,7% en el 2022, los ingresos reales de los hogares subieron menos de la mitad, y la incidencia de la pobreza trepó 1,6 puntos porcentuales, llegando al 27,5%. En realidad, los ingresos reales de los hogares más desfavorecidos cayeron en términos absolutos, debido a la alta inflación, que el año pasado se disparó un 8,5% −la más alta en 26 años− y que en el caso de los alimentos sobrepasó el 15%.

La inflación suele ser regresiva, pero en el 2022 lo fue doblemente: el precio de la papa blanca subió 45%, el pan francés 34% y el aceite vegetal 30%. Esta disparada de los precios castigó más a los más pobres, quienes dedican una proporción mayor de su gasto al consumo de alimentos. Por ejemplo, el costo de la canasta básica alimentaria (S/226) representaba el 74% del gasto per cápita para el quintil más pobre (S/304), mientras que solo el 13% para el quintil más rico (S/1.719).

La inflación, que fue la mayor responsable del deterioro social en el 2022, estuvo impulsada en gran parte por factores externos, como la guerra en Ucrania. Sin embargo, la ralentización del económico también jugó un papel y esta vez la hechura fue básicamente doméstica.

Con un precio del cobre de US$4 la libra en el 2022, el crecimiento económico peruano pudo haber sido mucho más alto, pero el gobierno de originó una gran fuga de capitales y una enorme incertidumbre, que llegó a su clímax el 7 de diciembre pasado, con la fracasada intentona golpista. La inversión privada, que se hubiese disparado a doble dígito en un ambiente de negocios favorable, cayó 0,5% en el 2022.

Mirando el largo plazo, la pobreza bajó espectacularmente desde el 59% del 2004 hasta el 23% del 2014, debido al gran auge económico de esos años. Despegaron la minería y la agroindustria, se expandieron las clases medias, proliferaron los centros comerciales en todo el país y se desató un ‘boom’ inmobiliario. Luego sobrevino un período de estancamiento hasta el 2019 y, finalmente, se desencadenó el colapso en el 2020, el año de la pandemia.

El COVID-19 generó nuestra mayor recesión en 30 años, con una caída del PBI de 11%. En el pico de la pandemia, el segundo trimestre del 2020, se perdieron 6,7 millones de puestos de trabajo (Banco Mundial, “Resurgir Fortalecidos”, abril del 2023). Según la Enaho, la pobreza se incrementó casi 10 puntos porcentuales, para llegar al 30%; es decir, más de tres millones de nuevos pobres y un retroceso de 10 años.

Hemos batido el récord de muertos por coronavirus per cápita en el mundo, pero no es solo un tema sanitario. La economía peruana rebotó fuerte en el 2021 y algo en el 2022, pero los ingresos reales per cápita siguen muy por debajo del nivel prepandemia del 2019. Según la Enaho, en el 2022 la caída a escala nacional fue de 9,2%, mientras que el deterioro para Lima Metropolitana alcanzó la asombrosa cifra de 17,7%.

La incidencia de la pobreza rural sigue siendo mayor que la urbana (41% versus 24%), pero hoy siete de cada 10 pobres residen en el ámbito urbano, y cerca de un tercio en Lima. La pobreza se ha urbanizado, mientras los programas sociales siguen enfocados en el campo. Para atacar la pobreza urbana hay que promover la inversión privada y el empleo formal, junto con la capacidad del Estado para proveer salud y educación de calidad.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Portocarrero es director Ejecutivo del CIES