Luz Pacheco Zerga

Con relativa frecuencia he escuchado, o leído, comentarios de periodistas o dirigentes políticos extranjeros afirmando con cierto sarcasmo: ¿qué pasa en el que tienen a los últimos destituidos o procesados por corrupción? Y concluyendo que somos un país políticamente inestable.

Sin embargo, en los últimos decenios hemos sido testigos del clamor popular por tener presidentes comprometidos con el desarrollo de las grandes mayorías y de su posterior desencanto, al advertir no solo el incumplimiento de las promesas electorales, sino también el aprovechamiento de los recursos públicos para sus intereses y el de sus allegados. En consecuencia, los representantes del pueblo emplearon la vacancia presidencial y los pusieron a disposición de las autoridades judiciales, en estricto cumplimiento de la Constitución. Mientras que, en los países de las voces críticas a las que antes me refería, sus dirigentes continúan en libertad y activos en la vida política, a pesar de los indicios de tener un comportamiento similar a aquellos que, en el nuestro, fueron vacados o tuvieron que renunciar.

Lo vivido hace unos días ha sido un plebiscito unánime en favor de la democracia: la respuesta de los poderes públicos ha sido inmediata, clara y tajante, al igual que la de la mayor parte de la ciudadanía, de nuestras Fuerzas Armadas y de los medios de comunicación. Hemos rechazado, sin fisuras, el recorte de los derechos fundamentales con la instauración de un gobierno dictador que pretendía demoler nuestra identidad nacional, plasmada en la Constitución, para acomodarla a su ideología y a sus intereses. Por lo tanto, nuestro país le ha demostrado al mundo que somos capaces de resolver nuestros problemas con madurez cívica y democrática, en pocas horas y sin violencia.

Nos toca ahora apostar por el Perú y, para lograrlo, hay que reconstruir la confianza entre los peruanos. Los discursos de odio, propalados a lo largo y ancho del país, pretendiendo que la raza, la lengua o las diferencias económicas eran una barrera insalvable para el desarrollo de nuestra patria han dejado heridas que es necesario curar. Necesitamos el diálogo, pero basado en la sinceridad, en el cumplimiento de la palabra dada y no en el doble discurso. “El arte del engaño” parecía haberse adueñado del panorama político.

Este recomenzar exige que quienes conduzcan los destinos del país sean personas sin lastres políticos, altamente cualificadas y honestas, sensibles ante los más necesitados. La ausencia del Estado o su presencia teñida de corrupción con obras inconclusas vulnera la paz social y es caldo de cultivo para la violencia. Solo los hechos devolverán la confianza: el hambre, la salud, el empleo y la inseguridad ciudadana exigen acciones conjuntas del sector público con el privado.

La primera presidenta mujer del Perú tiene un desafío imponente: unir nuevamente al país avalando sus palabras con obras. Miramos con esperanza el futuro; sabemos que lo vivido es una lección clara que impedirá repetir errores. A la vez, el Congreso y otras instituciones, si quieren recuperar la confianza ciudadana, deben excluir de entre sus miembros a quienes estén sindicados como corruptos. La causa del subdesarrollo no es la pobreza, es la mentira. Demos nuevamente un ejemplo de madurez democrática en base a la honestidad para lograr el desarrollo que los peruanos merecen.

Luz Pacheco Zerga es vicepresidenta del Tribunal Constitucional