¿Ya sabe por quién va a votar? Si ya lo ha decidido (o si aún no), pregúntese: ¿qué es lo que determina su intención de voto? ¿Son acaso las propuestas, el partido, los debates, el carisma, o tal vez la sonrisa del candidato? En medio del intercambio de opiniones (y jabones), este escrito lejos de pretender moldear su voto, busca examinar ciertas premisas (o mitos) en torno a la decisión que toman algunos ciudadanos en busca del candidato “ideal”.
Uno: “Los congresistas deben ser personas preparadas”. Una premisa que roza el sentido común para muchos, pero que en su seno alberga la halitosis de la meritocracia. No solo porque convierte en sinónimos ‘preparación’ con ‘educación superior’, sino que parte del ideal del esfuerzo del individuo por fuera de la estructura social. ¿O es que acaso todos partimos del mismo lugar en igualdad de condiciones? ¿Acaso no hay personas que nacen en situaciones de desventaja y aunque con ahínco intenten, su condición de clase, etnicidad, género, deseo sexual se convertirán en las excusas para negarles ascensos, aumentos salariales, mejoras laborales, o simplemente la notoriedad anhelada? En ese sentido, ¿no será que votar por una persona “preparada” sería sinónimo de hacerlo por alguien que tuvo ciertos privilegios que le permitieron llegar a determinado tipo de instrucción? ¿Acaso buscamos candidatos solo con instrucción (o cartón)? ¿O tal vez podríamos dirigir nuestra mirada hacia aquellos que albergan una preocupación política que usted comparte?
Dos: “Esa persona representa mis idea(le)s”. Aunque es una motivación válida, recordemos que la función de un congresista es la de hacer política, no metafísica. Es decir, defender la vida pública, procurar el orden social, fomentar la convivencia en diferencia, no la igualdad de formación existencial, o de la misma elección de forma de vida. Hacer política implica dirimir la vida pública devolviendo derechos, no sustrayéndolos o negándolos debido a su forma de pensamiento (ya sea religioso, moral o de alguna otra índole). Precisamos candidatos que quieran hacer política, que puedan entender que la elección de su forma de vida no es universal, y que tal vez al convertirla o defenderla como ley, estén allanándole el derecho a otro. Es decir, alguien que pueda debatir y llegar a un diálogo con aquella persona que esté en las antípodas de su pensamiento. Hacer política no es imponer una verdad para ningunear al otro, tildarlo de enemigo, ignorante o asesino. Antes de elegir alguien por sus ideales, analice: ¿este candidato busca legislar o estorbar?
Tres: “Votaré por un candidato diferente, uno despolitizado”. Esta premisa pretende separar lo político de un candidato en búsqueda de un estado anterior, al natural, ignorando que dicho estado también está politizado.
En todo lugar donde aparezcan relaciones de poder habrá política; ya sea tanto en el hemiciclo, así como en lugares pensados como carentes de esta (el aula o la familia por solo nombrar algunos). ¿Puede ser acaso la familia un espontáneo ligamen natural y afectivo? Ser llamado mamá, papá, hija o hijo es desde su nominalización una red de poder, en la que se otorgan roles, límites, derechos, usos, prácticas, etcétera. Si es imposible salir de las relaciones de poder, ¿cómo pretendemos buscar a alguien despolitizado? ¿No será que estamos confundiendo lo político con corrupción? ¿No es una aporía buscar a alguien despolitizado?
En síntesis, antes de dar por cerrada su elección, es importante que entienda que su deber es cívico, no cínico. Su voto es un acto político. Haga política. Ejérzala y vote por alguien que sea el cartero, no el intérprete o el representante, sino el mensajero de su demanda, alguien que contraponga las relaciones de poder que están naturalizadas, y que por ello encubren los privilegios de algunas sobre otras, restándoles (o allanándoles) su derecho a la vida en comunidad. Cuando elija, hágalo formulándose estas preguntas; así tal vez deje de emitir un voto abúlico o sugerido por las encuestas; hágalo con convicción; ya que –como sostuvo la semiotista Lilian Kanashiro– vivimos intoxicados de márketing y anémicos de política.