Ana Palacio

Este puede ser el año en el que la (IA) transforme la vida cotidiana. Esto dijo Brad Smith, presidente de Microsoft, en un evento organizado por el Vaticano la semana pasada que buscó promover un enfoque ético y centrado en el ser en el desarrollo de la IA.

La IA plantea un conjunto de desafíos operativos, éticos y regulatorios cuyo abordaje está lejos de resultar sencillo. Aunque el desarrollo de la IA se remonta a la década de 1950, los contornos de la y su impacto siguen siendo confusos.

Por supuesto, los avances recientes revelan algunas dimensiones sobre el inmenso potencial de la IA, pero sigue siendo imposible predecir todas las formas en que esta remodelará la civilización.

Esta incertidumbre no es nueva. Incluso después de reconocer el potencial transformador de una tecnología, la forma en la que tendrá lugar dicha transformación tiende a sorprendernos. Las redes sociales, por ejemplo, se promocionaron inicialmente como una innovación que fortalecería la democracia, pero han terminado haciendo mucho más para desestabilizarla al facilitar la difusión de desinformación. Es factible asumir que la IA será explotada de una manera similar.

Ni siquiera entendemos completamente cómo funciona. Consideremos lo que se conoce como ‘el problema de la caja negra’: con la mayoría de las herramientas basadas en IA, sabemos lo que entra y lo que sale, pero no lo que sucede en el medio. Si la IA está tomando decisiones, esta opacidad plantea un grave riesgo que se ve agravado por cuestiones como la transmisión de sesgos implícitos a través del aprendizaje automático.

El uso indebido de datos personales y la destrucción de puestos de trabajo son dos riesgos adicionales. Según Henry Kissinger, ex secretario de Estado de, la IA puede socavar la creatividad y la visión humana a medida que la información llegue a “abrumar” la sabiduría. A algunos incluso les preocupa que la IA conduzca a la extinción humana.

Con tanto en juego, el futuro de la tecnología no puede dejarse en manos de los investigadores de IA, y mucho menos de los directores ejecutivos de las empresas tecnológicas. Si bien una regulación dura no es la respuesta, el vacío regulatorio actual debe llenarse. Este proceso exige el tipo de compromiso mundial de amplia base que está dando forma a los esfuerzos para combatir el cambio climático. Este, como la IA, nos afecta a todos, y los esfuerzos para limitarlo podrían terminar poniendo a un país en desventaja respecto de otros.

La carrera por dominar la IA ya es clave en la rivalidad entre Estados Unidos y China. Si cualquiera de los dos decidiese imponerle límites a su industria nacional, correría el riesgo de que el otro lo sobrepase. Por eso, los gobiernos deben trabajar juntos.

El consenso limitado sobre cómo abordar la IA ha dado lugar a una mezcla de regulaciones. Y los esfuerzos para diseñar un enfoque común dentro de los foros internacionales se han visto obstaculizados por las pugnas de poder y la falta de autoridad.

Pero hay algunas noticias prometedoras. La Unión Europea (UE) está trabajando en un instrumento para establecer normas armonizadas de IA entre sus miembros. La Ley de IA, que se espera esté lista para este año, tiene como objetivo facilitar el “desarrollo y la adopción” de esta tecnología en la UE, al mismo tiempo que garantiza que “funcione para las personas y sea una fuerza para el bien en la sociedad”.

No debería sorprendernos que la UE se haya convertido en un pionero en la regulación de la IA. De hecho, podría decirse que la legislación de la UE sobre protección de datos inspiró acciones similares en lugares como California o China. Pero el progreso en la regulación global de la IA será imposible sin Estados Unidos. Y, a pesar de su compromiso compartido con la UE de desarrollar e implementar una “IA confiable”, Washington está comprometido con la supremacía de la IA por encima de todo. Con este fin, busca no solo reforzar sus propias industrias de vanguardia, sino también impedir el progreso de China en este campo.

Como señaló la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial de Estados Unidos en el 2021, el país norteamericano debería apuntar a “puntos de estrangulamiento que impongan costos estratégicos de goteo significativos a los competidores, pero costos económicos mínimos a la industria estadounidense”. Por su parte, es poco probable que China se vea disuadida en su búsqueda para lograr la autosuficiencia tecnológica y, en última instancia, la supremacía en este rubro.

Nos tomó décadas para que la conciencia sobre el cambio climático se cristalizara en una acción real, y todavía no estamos haciendo lo suficiente al respecto. Dado el ritmo de la innovación tecnológica, no podemos permitirnos seguir un camino similar con la IA. A menos que actuemos ahora para garantizar que el desarrollo de la tecnología se guíe por principios centrados en el ser humano, es casi seguro que lo lamentaremos más adelante. Lo más probable, de hecho, es que lamentemos nuestra inacción mucho antes de lo que pensamos.


–Glosado, editado y traducido–

Project Syndicate, 2023

Ana Palacio es exministra de Asuntos Exteriores de España