El 21 de julio la policía de Brasil anunció el arresto de diez brasileños que aparentemente estaban preparando atentados contra las Olimpiadas que comenzarán este viernes en Río. El ministro de Justicia de ese país, Alexandre de Moraes, afirmó que “…el grupo había mostrado apoyo al Estado Islámico (EI), discutido comprar armas en Paraguay, y festejado los recientes ataques de terror en Orlando y Niza”. Cabe añadir que también calificó al grupo de amateur y mal preparado para atacar. En todo caso, esto haría preguntarse si el EI estaría estableciendo una presencia significativa en países latinoamericanos y, segundo, si podría usarla para efectuar ataques terroristas en ellos.
Sobre lo primero, el EI es una organización exclusivamente musulmana-sunita, y en los países más grandes de América Latina los sunitas no sobrepasan el 0,1% de la población (en Venezuela quizás llegan al 0,3%). Solo en Argentina representan un porcentaje mayor, entre el 2% y el 2,5%. Sin embargo, aun allí es poco probable la formación de un movimiento numéricamente significativo obediente al EI –como por ejemplo sí hicieron argentinos de origen alemán apoyando al nazismo en la década de 1930–. La versión extrema del islam que practica el EI, el hecho de que está retrocediendo en Iraq y Siria, y las diferencias entre esos países y América Latina hacen dudoso que una parte significativa de la población sunita de la región se sienta atraída por el EI.
No obstante, para lanzar atentados terroristas sangrientos no se necesita una base numerosa en la población. Sin considerar la posibilidad que agentes del EI se infiltren desde otros países, bastaría con unos cuantos sunitas radicalizados para organizar y ejecutar atentados.
El almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur de Estados Unidos que abarca América Latina y el Caribe, dijo en marzo del 2016 que probablemente entre 100 y 150 individuos de esta región han viajado a Siria e Iraq para unirse al EI. La mayoría provendría de Argentina y Trinidad y Tobago.
Los atentados recientes del EI han dejado un reguero de muerte y destrucción, notoriamente en noviembre del 2015 en París (115 muertos), en julio del 2016 en Niza (85) y en Bagdad (292). Cabría preguntarse si el EI pretende continuar esta cadena letal con un atentado masivo contra las Olimpiadas de Río.
Esto nos lleva a sus intenciones y capacidades. El EI no tendría gran reparo en atentar contra los Juegos. Por un lado, su ideología rechaza el deporte. Al tomar Raqqa, su capital de facto en Siria en el 2003, prohibió los deportes organizados, como el fútbol. Peor, la participación de mujeres en los deportes ofende su puritanismo oscurantista. Por otro lado, también trataría de dañar a uno de sus enemigos directos (Estados Unidos, Francia o Irán) atentando contra sus delegaciones. Cabe recordar la masacre de atletas israelíes por el Setiembre Negro palestino en Múnich 1972.
Sin embargo, no siempre querer es poder. En la reciente Eurocopa en Francia, un blanco cantado del EI, no pasó nada. Así, si va a haber un atentado dependerá de las precauciones de la policía brasileña, de si el EI ha preparado uno; y aun si no lo ha hecho, de si no ronda ya en Río un fanático solitario que ha decidido matar para probar su lealtad al califato.