Slavoj Žižek

“Debemos separar a los judíos en dos categorías, los sionistas y los partidarios de la asimilación”, escribió Reinhard Heydrich, uno de los arquitectos del Holocausto, en 1935. “Los sionistas profesan un concepto estrictamente racial y, a través de la emigración a Palestina, ayudan a construir su propio Estado judío... Sus buenos deseos y nuestra buena voluntad oficial van con ellos”. En términos de Heydrich, la creación del Estado de Israel representaba el triunfo del sionismo sobre el asimilacionismo. Pero también complicó la percepción antisemita tradicional de los judíos como un pueblo desarraigado y sin raíces.

Este era el punto de vista de Martin Heidegger, en 1939, cuando pidió un examen de “la predisposición de los judíos a la criminalidad planetaria”: “Con su notable don para el cálculo, los judíos ‘viven’ de acuerdo con el principio de la raza, y de hecho lo han hecho durante mucho tiempo, por lo que ellos mismos se resisten vigorosamente a su aplicación irrestricta. La disposición de la crianza racial no se deriva de la ‘vida’ misma, sino del hiperempoderamiento de la vida por medio de la maquinación. Lo que esto produce con tal planificación es una completa desacralización de los pueblos al aprovecharlos en una disposición uniformemente construida y racionalizada de todas las entidades. Junto con la descalificación va una autoalienación de los pueblos, la pérdida de la historia, es decir, de las regiones de decisión de ser”.

¿Qué sucede cuando una raza cosmopolita supuestamente desarraigada comienza a echar raíces? Con el sionismo, el filósofo francés Alain Finkielkraut escribió en el 2015: “Los judíos hoy han elegido el camino del arraigo”.

Es fácil discernir en esta afirmación un eco de la creencia de Heidegger de que todas las cosas esenciales y grandes requieren una patria de “sangre y tierra”. La ironía es que se invocan clichés antisemitas sobre el desarraigo para legitimar el sionismo. Mientras que el antisemitismo reprocha a los judíos ser desarraigados, el sionismo trata de corregir este supuesto fracaso. No es de extrañar que tantos antisemitas conservadores apoyen ferozmente la expansión de Israel hasta el día de hoy. El problema, por supuesto, es que la expansión, bajo el gobierno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ahora significa establecerse y anexionarse Cisjordania, buscando raíces en un lugar que durante siglos estuvo habitado por otros pueblos.

Nos encontramos con un problema similar con las diferentes interpretaciones del dicho judío tradicional “El año que viene en Jerusalén”, pronunciado al final del Séder (la comida ritual que marca el inicio de la festividad de Pésaj).

Como explica Dara Lind de Vox: “Muchos judíos que creen firmemente en la importancia de un Estado judío ven ‘el año que viene en Jerusalén’ como una expresión de la necesidad de proteger a Jerusalén e Israel tal y como existen hoy. Otros piensan que la ‘Jerusalén’ mencionada en el Séder es más un ideal de lo que Jerusalén e Israel podrían ser: para ellos, ‘el próximo año en Jerusalén’ es una oración para que Israel se acerque a ese ideal. O ‘Jerusalén’ podría ser simplemente un símbolo de la utopía en general, y ‘el próximo año en Jerusalén’ podría ser una resolución para traer la paz a la Tierra en el próximo año”.

Estas versiones reproducen la dualidad de lo trascendental y lo empírico. “Jerusalén” es un sitio espiritual abstracto de liberación o una ciudad real con personas, edificios y monumentos religiosos reales. No es sorprendente que algunos fundamentalistas musulmanes simpaticen con los “trascendentalistas” que consideran la exaltación de la ciudad real como una blasfemia. A mediados de la década del 2000, cuando el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad organizó una conferencia pidiendo la destrucción del Estado de Israel, recibió a algunos rabinos “trascendentalistas” amistosos. Era una inversión del punto de vista de Heydrich: tener judíos entre nosotros está bien; es el Estado judío el que es inaceptable.

Pero hay una tercera versión, profundamente peligrosa, de “El año que viene en Jerusalén” que ofrece una síntesis de las dos. Los que lo defienden dicen: “Ahora que tenemos Jerusalén, podemos usar el próximo año para demoler los edificios palestinos y reconstruir el templo bíblico en el sitio donde actualmente se encuentra la mezquita de Al Aqsa”. La lucha por Jerusalén se convierte así en una empresa sagrada. Incluso si se comete un crimen, los perpetradores no tendrán ninguna culpa (a sus ojos) porque están fundando un nuevo orden legítimo. Es como el viejo chiste en el que los aldeanos se jactan de no tener caníbales porque “ayer nos comimos el último”.

Pero seamos claros sobre lo que realmente está pasando. Al utilizar el victimismo judío para justificar una agenda expansionista, los israelíes partidarios de la anexión están explotando cínicamente la memoria del Holocausto. Por lo tanto, aquellos que ofrecen un apoyo incondicional a Israel también están apoyando al actual gobierno israelí contra la oposición liberal que se opone a los asentamientos y la expansión. Sin embargo, ese expansionismo es una de las principales fuentes de antisemitismo en el mundo de hoy.

¿Por qué tantos jóvenes izquierdistas en Occidente también se han negado a expresar su solidaridad con Israel tras el ataque de Hamas el 7 de octubre? ¿Por qué los jóvenes estadounidenses hacen circular la “Carta a Estados Unidos” de Osama Bin Laden en TikTok?

Es demasiado fácil decir que simplemente simpatizan con Hamas. Más bien, lo que une a muchos de los que se unen a las protestas propalestinas es la visión más amplia de que las políticas exteriores y los aparatos militares de EE.UU. y sus aliados occidentales están en deuda con el gran capital y su explotación del resto del mundo. A veces, hay una línea muy delgada que separa el descontento genuino con el capitalismo del tipo de populismo “anticapitalista” que se encuentra en la carta de Bin Laden.

Muchos liberales han expresado su apoyo a Israel y, al mismo tiempo, han expresado su preocupación por el número de civiles, especialmente niños, que están siendo asesinados en Gaza. Hay una creciente simpatía por los palestinos como víctimas, así como un reconocimiento de su derecho a resistir la invasión expansionista. ¿Pero cómo pueden resistir sin convertirse en antisemitas? Es una pregunta que hasta ahora solo ha provocado silencio y vergüenza.

–Glosado, traducido y editado–

Project Syndicate, 2023


Slavoj Žižek es profesor de Filosofía en la Escuela Europea de Posgrado. Columna especial de Project Syndicate

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