La detención la semana pasada de Matteo Messina Denaro, el buscadísimo líder de la mafia siciliana conocido también como “el último capo de la mafia”, puso fin a un sanguinario capítulo que desacreditó la autoridad del Estado Italiano e inundó de terror las calles de la bella Italia. Con más de 50 homicidios en su historial, Messina Denaro por fin hará frente a la justicia. Pero ¿implica ello que la mafia italiana ha desaparecido para siempre? Revisemos un poco la historia.
El origen de la mafia se encuentra en la Sicilia de mediados del siglo XIX, donde la confluencia de influencias árabes, una sociedad cuasi feudal y la erosión de la autoridad tradicional (traída por el liberalismo) permitió su aparición. Surgió como una organización criminal que operaba al margen de la ley y utilizaba la violencia para intimidar a los comerciantes locales.
La procedencia del término “mafia” es incierta y se piensa que puede venir del árabe ‘ma’afir’ (nombre de una tribu que había ocupado Palermo) o de la palabra siciliana ‘mafiusu’, que significa atrevido o audaz. En Italia, la mafia actuaba en sustitución del gobierno local, cuya debilitante corrupción lo hacía incapaz de detener su expansión y, tras tomar el control, llegó a arraigarse tanto en el tejido comunitario que, con frecuencia, los mafiosos eran vistos como benefactores o “santos”. Sin embargo, en realidad, depredaban a la población y fueron un factor central de la pobreza inescapable del sur italiano. La masiva emigración italiana de las últimas dos décadas del siglo XIX e inicios del XX la llevó a Norteamérica, donde adoptó el nombre de “Cosa Nostra”.
Ahí, la mafia aprovechó el ‘boom’ económico sin precedentes en la historia que se vivía para insertarse desde abajo en diversos ámbitos de la vida local, como los negocios, las asociaciones laborales y cívicas y, por supuesto, la política y la justicia. Durante los años de la prohibición del alcohol (1920-1933), la mafia americana obtuvo el control de una porción importante del comercio ilegal de la bebida, la extorsión, el juego y la prostitución, utilizando las ganancias para cimentar su poder y extender sus tentáculos.
Para ese momento ya había ganado prominencia en la cultura, y la excentricidad y arrogancia con la que Al Capone ridiculizaba al gobierno de Chicago provocaron la creación de uno de sus primeros mitos, que sería alimentado desde el cine con la famosa película “Scarface: the Shame of a Nation” de 1932. Aunque la prohibición terminaría en los años de la Gran Depresión, generó vínculos duraderos entre mafiosos y políticos, como los de Joseph Kennedy (padre del futuro presidente estadounidense John F. Kennedy) con las familias de la “Cosa Nostra” neoyorquina.
La “Cosa Nostra” alcanzó el pico de su poder en los 50 y 60, al punto de que Michael Franzese –excapitán en la familia Colombo, hoy un cristiano converso y divulgador de la historia de su antigua organización– ha afirmado que JFK habría llegado a la presidencia gracias a ellos, quienes luego lo habrían asesinado en 1963 por incumplir sus promesas.
En estos años, la mafia tuvo una presencia gigantesca en la cultura, como lo demuestra la popularidad de la novela “El Padrino”, publicada por Mario Puzo en 1969, y buscó moldear la opinión pública por medio de la Liga Antidifamación Italoamericana. Un estilo de vida elegante, sus códigos inviolables y el hecho de ser una sociedad secreta repleta de rituales misteriosos le daban un gran atractivo y generaban fascinación entre la ciudadanía.
Sin embargo, este pico de popularidad fue corto. En la década de 1980 el Gobierno Estadounidense adoptó estrategias más agresivas –y abusivas, según Franzese– para combatir al crimen organizado y gracias a la célebre ley RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act), establecida durante la década anterior, pudo intervenir de manera decisiva en estas organizaciones.
Con el endurecimiento de las penas, los códigos de silencio heredados de los veteranos sicilianos fueron llevados al límite, y el fiscal neoyorkino Rudy Giuliani pudo así reclutar un ejército de informantes para encarcelar a las cabezas de algunas de las familias más importantes desde 1985. Para mediados de la década siguiente, la mafia ya se encontraba en declive notorio.
Con frecuencia, los períodos de decadencia provocan una producción artística renovada (como el rock inglés de los años 60 y 70, inspirado por la disolución del imperio británico que llevó a los ingleses a pensar sobre su identidad) y cuando la mafia comenzaba a descomponerse en Estados Unidos e Italia el género del cine que la acompañaba fue transformado por Martin Scorcese en “Goodfellas” (1990) y luego por David Chase en “Los Soprano” (1999), considerada por muchos la más grande obra del género (y del medio).
En esta última se explora, a través de la vida personal de Tony Soprano y los negocios de la familia ficticia Di Meo, cómo la confianza y la solidaridad al interior de la mafia se estaban disolviendo frente a sus ojos, y el trágico destino inevitable que le esperaba a todos sus miembros. Pero, aunque es poco probable que la mafia llegue a desaparecer pronto, su huella en la cultura popular está algo lejos de lo que fue el siglo pasado.