Hay dos cosas que sabemos: la economía de EE.UU. se recuperará. Y la recuperación comenzará y será más fuerte en las ciudades que prosperaron antes de la pandemia. Seattle, San Francisco, Nueva York y Boston están impulsadas por los sectores de innovación, tecnología y biotecnología, que están demostrando ser notablemente resistentes a los impactos del COVID-19.
La pregunta es si esta próxima recuperación estimulará una economía que cree oportunidades para aquellos con los ingresos más bajos o si servirá solo para concentrar las ganancias en manos de unos pocos. Parte de la respuesta depende de si construimos suficientes viviendas para brindar apoyo a aquellos que desean acceder a las oportunidades que ofrecen estos lugares. La clave es que las ciudades sean más densas, al aflojar la zonificación restrictiva que bloquea a las familias estadounidenses menos acomodadas.
Antes de la pandemia, estas mismas grandes ciudades ya se enfrentaban a una crisis de costos de la vivienda provocada por décadas de subdesarrollo. La falta de opciones de vivienda, incluso cuando los empleos se dispararon tras la última recesión, significó que los que más ingresos tenían superaron a todos los demás por las opciones limitadas, lo que exacerbó la desigualdad de larga data. Alrededor de la bahía de San Francisco, solo se construyó una nueva casa por cada 4,3 empleos creados entre el 2011 y el 2017. Este subdesarrollo creó cargas de alquiler insostenibles en los trabajadores esenciales y de servicios.
La última vez que el país enfrentó una gran necesidad de nuevos hogares fue inmediatamente luego de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno federal mantuvo la vivienda asequible y facilitó la oportunidad al estimular la construcción de una gran cantidad de viviendas. El problema con esa estrategia es que esta era de desarrollo unifamiliar y suburbano fue moldeada por políticas discriminatorias, que incluyeron la exclusión del Gobierno, la zonificación racial y los pactos restrictivos.
La desigualdad racial no es el único costo de este auge de la construcción anterior. Las extensas subdivisiones de casas unifamiliares están contribuyendo a un desastre ambiental y humano, porque requiere que las personas viajen en automóvil mientras arrojan emisiones de carbono. Y el dominio del desarrollo unifamiliar solo ha aumentado en las últimas décadas: representó casi el 80% de las viviendas agregadas en las áreas metropolitanas más grandes del país desde 1990.
La amenaza adicional es que la pandemia se convierta en un grito de guerra para mantener nuestros vecindarios diseñados para fomentar la exclusión. Tenemos la obligación de ignorar el impulso reaccionario a corto plazo para culpar a la densidad por la propagación del coronavirus y, en cambio, repensar las políticas que impiden la construcción de nuevas viviendas, a más niveles de precios, en los lugares donde es más necesario.
Esto no será fácil, pero esta pandemia nos recuerda que necesitamos comunidades donde maestros, trabajadores del cuidado, enfermeras, médicos, conserjes, trabajadores de la construcción, baristas, ejecutivos de tecnología e ingenieros compartan la prosperidad y la comodidad de un hogar asequible.
Ciertamente, el primer enfoque debe estar en la financiación para ayudar a las familias a pagar sus facturas. Pero también tenemos que planificar ahora la recuperación, para asegurarnos de que se comparta ampliamente.
Algunas ciudades ya están haciendo cambios positivos. Portland, Oregon, y Vancouver lideraron el camino para permitir pequeñas cabañas en los patios de casas unifamiliares. California ha seguido su ejemplo. Los Ángeles desarrolló un plan de Comunidades Orientadas al Tránsito que redujo los requisitos de estacionamiento, lo que condujo a construir más de 20.000 nuevos apartamentos, el 21% de ellos viviendas asequibles. La ciudad de Nueva York tiene una zonificación que permite que los desarrollos se realicen con una revisión mínima, excepto cuando sean necesarios cambios en la zonificación. Los gobiernos estatales y locales deberían continuar presionando con tales prácticas, y el gobierno federal debería vincular recursos como el financiamiento de infraestructura a este tipo de acciones.
Estas acciones sentarán las bases para una prosperidad amplia y compartida. Cuando se permite una vivienda más densa, los trabajadores pueden vivir más cerca de sus trabajos, ayudar a salvar el planeta conduciendo menos y pagar menos en alquileres o pagos de la hipoteca porque una mayor oferta de vivienda conducirá a menores costos.
Ahora es un momento especialmente bueno para reducir las restricciones y permitir viviendas más densas. La construcción se ve muy afectada durante las recesiones, y abrir más oportunidades de construcción sería un estímulo para la industria. Esto haría que los trabajadores volvieran a trabajar, proporcionaría una vida segura para aquellos afectados por esta pandemia y conseguiría que los impuestos sobre la propiedad y otros ingresos regresaran a los gobiernos locales para los servicios que las comunidades necesitan. Sería una victoria para todos.
–Glosado y editado–
© The New York Times