Minxin  Pei

Hubo un tiempo en el que los ciudadanos occidentales bienintencionados pensaban que “Gorbachov de China” era el mayor cumplido que podían hacerle a un líder chino con ánimos reformistas. Pero cuando Zhu Rongji, alcalde de Shanghái, visitó Estados Unidos en julio de 1990 y algunos estadounidenses lo llamaron así, al futuro primer ministro no le hizo ninguna gracia. “No soy el Gorbachov de China”, dijo Zhu. “Soy el Zhu Rongji de China”.

Nunca sabremos lo que Zhu, muy admirado por haber llevado a cabo reformas clave en la década de los 90 y haber encabezado los exitosos esfuerzos de para ingresar en la Organización Mundial del Comercio (OMC), pensaba realmente sobre , el último líder soviético, fallecido el 30 de agosto. Lo que sí sabemos con certeza es que, a ojos de la mayoría de los dirigentes del Partido Comunista Chino (PCC), Gorbachov cometió el imperdonable crimen de provocar el colapso de la Unión Soviética.

En términos prácticos, el vilipendio del PCC a Gorbachov tiene muy poco sentido. Las relaciones chino-soviéticas mejoraron drásticamente durante sus seis años de gobierno. El colapso de la Unión Soviética fue también una bendición geopolítica para China. La amenaza letal desde el norte casi desapareció de la noche a la mañana, mientras que Asia Central, que antes formaba parte del espacio soviético, se abrió de repente, permitiendo a China proyectar su poder allí. Y lo que es más importante: el fin de la ‘Guerra Fría’, por el que Gorbachov merece mucho crédito, dio paso a tres décadas de globalización que hicieron posible el crecimiento económico de China.

La única explicación plausible de la antipatía del PCC hacia el antiguo líder soviético es su temor a que lo que de Gorbachov lograron en la antigua Unión Soviética –la disolución de un régimen de partido único antaño poderoso– pueda ocurrir también en China. Los gobernantes chinos no comparten la opinión del presidente ruso de que el colapso de la Unión Soviética fue la “gran catástrofe geopolítica” del siglo XX. Para ellos, la caída de la URSS fue una gran catástrofe ideológica que ensombreció su propio futuro.

La evidencia del trauma del PCC es fácilmente visible incluso hoy, más de tres décadas después de que Gorbachov sellara el destino del imperio soviético. A finales de febrero, los propagandistas del partido empezaron a proyectar “El nihilismo histórico y la disolución de la Unión Soviética”, un documental de 101 minutos de duración en el que se culpaba al Partido Comunista Soviético de no haber aplicado una censura estricta, especialmente en lo que respecta a la historia y las ideas liberales occidentales.

Sin embargo, la obsesión del PCC con el colapso soviético parece extraña, dadas las tres décadas de innegable éxito del partido para evitar un destino similar. El logro más obvio del PCC fue ganar legitimidad ofreciendo niveles de vida cada vez más altos. No fue una coincidencia que, menos de dos meses después del colapso de la Unión Soviética, Deng Xiaoping reuniera a un partido desmoralizado para reiniciar las reformas estancadas y priorizar el desarrollo económico sobre todo lo demás.

Otro éxito menos conocido, pero no por ello menos importante, fue el esfuerzo del PCC por evitar que un reformista similar a Gorbachov llegara a la cima y desmantelara el régimen desde dentro. Tras la disolución de la Unión Soviética, el partido tuvo mucho cuidado en la selección de sus futuros líderes. Solo los funcionarios cuya lealtad política fuera intachable recibirían el poder.

El partido también se anotó un inesperado golpe propagandístico cuando gran parte de la antigua Unión Soviética se sumió en el caos y la crisis económica en la década de 1990. Al hacer hincapié en el sufrimiento de los rusos de a pie, el partido elaboró un mensaje persuasivo para el pueblo chino: anteponer la economía a la democracia es el camino correcto.

Sin embargo, a pesar de los impresionantes logros del PCC en las décadas transcurridas desde la caída de la Unión Soviética, el legado de Gorbachov todavía lo persigue. Algunos argumentan que, como en todas las dictaduras, la inseguridad y la paranoia del partido en el poder no tienen cura. Pero los gobernantes chinos se han empeñado en demostrar lo contrario.

En la década de 1990, la cúpula del PCC encargó una serie de estudios académicos para explorar las causas del colapso soviético. Los participantes en este esfuerzo intelectual incluían tanto a académicos muy respetados como a miembros del partido. Aunque estaban de acuerdo en muchos factores menos controvertidos, como la mala gestión económica, una carrera armamentística imposible de ganar contra Estados Unidos, la extralimitación imperial y el etnonacionalismo en las repúblicas no rusas, discutían ferozmente sobre el papel de Gorbachov.

Los partidistas insistieron en que Gorbachov era el principal responsable del colapso soviético, porque sus reformas mal concebidas debilitaron el control del Partido Comunista sobre el poder. Sin embargo, los expertos en la Unión Soviética sostienen que la culpa es de los predecesores de Gorbachov, especialmente de Leonid Brézhnev, que gobernó el imperio entre 1964 y 1982. El estancamiento político y el malestar económico de la era Brézhnev dejaron atrás un régimen demasiado podrido para ser reformado.

Hoy en día, a juzgar por la narrativa oficial de China sobre el colapso soviético y la duradera hostilidad hacia Gorbachov, es obvio que los partidistas ganaron el debate. Pero es dudoso que los líderes chinos hayan aprendido la lección correcta de la historia.


Project Syndicate, 2022

–Editado y traducido–

Minxin Pei es profesor en Claremont McKenna College. Esta es una columna especial de Project Syndicate