Raúl Zegarra

Una de las características más estables de la sociedad latinoamericana fue por mucho tiempo su religiosidad, sobre todo su religiosidad popular. Esta efervescencia religiosa, junto con la movilización de miles de cristianos que luchaban por una vida más justa, llevó a figuras como Gustavo Gutiérrez a hablar de una experiencia religiosa específicamente latinoamericana.

Cuando en la década de 1960 los teólogos y sociólogos europeos se preguntaban por el futuro de la religión de cara al masivo declive de fe religiosa en el viejo continente, Gutiérrez y sus colegas detectaban un problema distinto en nuestra región. En América Latina, argumentaba Gutiérrez, el problema no es el del no creyente. El problema es la experiencia de deshumanización de las mayorías, que viven sin dignidad y con mínimos derechos; el problema es la no persona.

Más de medio siglo ha pasado desde que Gutiérrez planteara estas distinciones. El panorama de la religiosidad latinoamericana ha cambiado significativamente. Hoy se percibe un declive religioso generalizado, aunque no masivo.

¿Cómo afectan estos nuevos desarrollos a las celebraciones de ? Es indudable que para muchos –sobre todo los jóvenes en zonas urbanas– la Semana Santa se ha secularizado. La pasión, muerte y resurrección de Jesús no son para muchos lo central de estos días. Como sucede también con la Navidad, otros ideales han reconfigurado los ideales originalmente cristianos.

Para muchos, la Semana Santa es más bien un momento de pausa de cara a la agitada vida cotidiana, un momento para compartir con la familia y los amigos. Es también una invitación a la autorreflexión, la misma que difícilmente puede darse sin los referentes cristianos originales, pero reconfigurados: ¿vivimos con suficiente solidaridad con los que más necesitan (caridad)? ¿Buscamos el adecuado equilibrio entre nuestro cuerpo y nuestra alma (ayuno)? ¿Vivimos con suficiente apertura para dejarnos sorprender por lo inesperado (fe)?, etc.

Para algunas personas, estas reconfiguraciones suponen una pérdida. En cierta medida, esto es indudable si es que pensamos en la caída de la afiliación institucional de las mayorías y su activa presencia en las iglesias. Pero, visto de otro modo, esto no es otra cosa que la natural transformación de la fe de cara a nuevas circunstancias históricas. En el fondo, el cristianismo no es otra cosa que el esfuerzo por tratar de interpretar el misterio de la fe en un Dios que se encarna en la historia. Pero un esfuerzo tal implica apertura a la novedad, a las nuevas formas que vaya tomando el impulso por discernir el misterio divino.

Las nuevas formas que vaya tomando la Semana Santa, sin embargo, no deben olvidar su impulso original, se le traduzca de modo religioso o no: cuando el amor se hace gesto concreto en una historia de injusticia, el amor debe invitar a la solidaridad con los que más sufren. Que este impulso transformador no nos abandone; que esta sea la esperanza compartida de quienes celebramos Semana Santa.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Raúl Zegarra es profesor de la PUCP