En poco menos de un mes, el electorado peruano volverá a las urnas, un año después del referéndum que le dio un renovado mandato al Ejecutivo, para elegir a los nuevos parlamentarios que habrán de estar en funciones por uno de los períodos más cortos vistos en tiempos modernos. En el siglo XIX, las legislaturas ordinarias solían ser cortas, usualmente de solo unos meses al año, y no eran extrañas las elecciones solo para el Parlamento, como fue el caso en 1858 y 1860, durante la presidencia de Ramón Castilla. Pero desde el regreso a la democracia en 1980, cuando se dio finalmente el voto universal, solo hubo elecciones parlamentarias, sin elegir a un presidente, en 1993, para el Congreso Constituyente Democrático. Estas no fueron tan diferentes a las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1978, pero en ambos casos el objetivo era encontrar un nuevo arreglo constitucional. Los parlamentarios que elegiremos ahora, en cambio, no están llamados a pensar en una nueva Constitución, y su margen de maniobra será limitada ya que estarán en funciones por poco más de un año, pues en abril del 2021 se llevarán a cabo elecciones nuevamente. Esto presenta en sí mismo una oportunidad.
Al no ser ni de un proceso que busque el cambio constitucional, ni de las tradicionales elecciones de presidente acompañadas de las parlamentarias, se trata de una experiencia nueva en el sistema democrático peruano moderno. Si bien el electorado llega cansado, tras meses y meses de inestabilidad, e inundado por los detalles acerca de cómo la corrupción se ha naturalizado en casi todas las esferas de la política y la justicia, esto lo hace estar más alerta. Los candidatos que hoy se presentan deben convencer a los votantes que representan una nueva manera de hacer política y se enfrentan a electores con muy poca ilusión, convencidos de que se trata de más de lo mismo. Esto, sin embargo, presenta una oportunidad para evaluar qué significa realmente la representación en el Perú actual. Por mucho tiempo, quienes han sido elegidos para una curul en el Congreso no se han preocupado de quienes los han llevado a esa posición y la han utilizado, en cambio, para enriquecerse. Muchos de nuestros representantes del último Parlamento están acusados de corrupción y son pocos los que lograrán ser reelegidos.
El sistema parlamentario peruano no es perfecto, pero es el que tenemos en este momento y, dadas las reglas establecidas, es el que llevará a 130 representantes a una curul en enero del 2020. Depende, entonces, de nosotros, los ciudadanos, decidir a quién le vamos a dar nuestro voto y por qué. Cuando se combina la elección del presidente con la de los parlamentarios se ve el fenómeno del arrastre, en el que los electores deciden marcar el mismo símbolo para presidente y Congreso, algunos convencidos de sus propuestas y otros porque les es más fácil. Pero esto no sucederá en esta ocasión. Y si bien algunos símbolos partidarios son más conocidos (la lampa y la estrella son parte de la historia) y habrá pocos que no tengan alguna idea de lo que estos representan, otros como el lápiz y el tren les dicen muy poco a las personas. El voto preferencial hace necesario que quienes realizan campaña presenten, no solo un símbolo, sino también un número. Pero está en las manos de los millones de electores decidir cuál será la composición del nuevo Congreso. De nosotros depende si elegimos a personas con antecedentes de corrupción y con procesos judiciales abiertos o, más bien, a quienes han dedicado su vida a hacer del Perú un lugar mejor. Nuestro trabajo, entonces, en estas pocas semanas es dedicarnos a decidir quién nos debe representar y por qué. Es momento de informarnos y de usar nuestro voto de la mejor manera posible.