(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Anne O. Krueger

A fines del mes pasado, el presidente de EE.UU., , amenazó con imponer a las importaciones desde si no detenía el flujo de migrantes de Centroamérica. Las tarifas comenzarían en 5% y luego aumentarían en cinco puntos porcentuales por mes hasta alcanzar el 25% en octubre. El anuncio fue un shock, especialmente porque ambos países (además de Canadá) habían llegado a un entendimiento sobre un Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte revisado solo unos meses antes, ante la insistencia de Trump. La ratificación del nuevo acuerdo comercial, el Acuerdo EE.UU.-México-Canadá (USMCA), está ahora en peligro.

Los esfuerzos de la administración de Trump para reducir el flujo de migrantes que llegan a la frontera de EE.UU. y México han sido durante mucho tiempo una fuente de espectáculo público. En este caso México y EE.UU. anunciaron que habían llegado a un acuerdo por el cual México tomaría medidas para detener el flujo de migrantes y Estados Unidos se abstendría de imponer tarifas. Precisamente qué acciones México llevaría a cabo no fue especificado o ya se habían prometido meses antes.

No obstante, Trump, que se parecía al primer ministro británico Neville Chamberlain después de su regreso de Múnich en 1938, agitó un trozo de papel frente a los reporteros, afirmando que era una prueba del compromiso de México de acceder a los deseos de Estados Unidos. Trump dejó en claro que si la inmigración ilegal no disminuye concretará sus amenazas.

Aunque se evitaron los aranceles, la responsabilidad de Trump ha tenido un alto costo. Lo más importante es que la amenaza (que parecía creíble) constituye una violación importante de las reglas comerciales. Es probable que la respuesta de otros países debilite el sistema, reduzca el comercio y desacelere aun más el crecimiento global.

En cuanto a los aranceles amenazados, habrían perturbado gravemente las cadenas de valor de la industria automotriz de América del Norte y muchos otros sectores. También habrían sido contraproducentes. Dado que el 80% de las exportaciones totales de México van a EE.UU., los efectos en México habrían sido económicamente paralizantes y políticamente desestabilizadores, dejando al país aun menos preparado para hacer algo con respecto a la inmigración ilegal.

A diferencia del USMCA, que al menos se basaba en el objetivo de abordar los problemas comerciales, el pronunciamiento arancelario de Trump fue un intento descarado de obligar al gobierno mexicano a resolver el problema de la inmigración de Estados Unidos. En otras palabras, no se estaba desplegando un arma comercial para abordar una cuestión comercial ni como parte de un régimen de sanciones legítimo, como el impuesto a Rusia tras su anexión ilegal de Crimea en el 2014. En las raras ocasiones en que se han utilizado sanciones comerciales por razones no comerciales, fueron una medida de último recurso, como en el caso del apartheid de Sudáfrica, donde tuvieron éxito porque tenían apoyo multilateral.

Una vez que las medidas comerciales se usan indiscriminadamente para avanzar en objetivos no comerciales, el daño a todo el sistema comercial está hecho, y puede ser enorme. La disposición de la administración de Trump de armar aranceles para cualquier propósito invita a todos los demás países a hacer lo mismo y arroja una nube de incertidumbre sobre el comercio internacional.

Además, la violación de las reglas de la Organización Mundial de Comercio por parte de EE.UU. deja a otros países con pocas razones para negociar acuerdos comerciales preferenciales u otras reducciones arancelarias, dado que sus esfuerzos podrían luego desperdiciarse en una renegociación forzada. En este punto, todos los gobiernos deben asumir que los aranceles estadounidenses podrían usarse en contra de ellos. Debido a que Estados Unidos es lo suficientemente grande como para devastar muchas economías más pequeñas, cualquier gobierno responsable debe reducir su exposición.

Al mismo tiempo, otros países grandes que están en posición de implementar medidas comerciales punitivas ahora se sentirán libres de hacerlo. La amenaza de nuevos aranceles inevitablemente llevará a los países pequeños a alinearse con un país grande u otro, por temor a quedar atrapado en el medio. El riesgo de que toda la economía global se rompa en bloques comerciales discretos no se puede descartar. Si eso ocurriera, los costos resultantes para todos los países serían enormes.

Como si esto no fuera lo suficientemente malo, las amenazas de Trump han alienado a una gran mayoría de los mexicanos. Después de años de hostilidad, México y EE.UU. finalmente comenzaron a acercarse en las últimas tres décadas, en beneficio de ambos países. México tiene una gran importancia estratégica para Estados Unidos, como uno de sus principales socios comerciales y uno de los dos países con los que comparte una frontera. Ahora, según algunos informes, el 84% de los mexicanos cree que deberían unirse detrás del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, para oponerse a Estados Unidos.

De cara al futuro, es altamente improbable que el flujo de migrantes que viajan a Estados Unidos disminuya lo suficiente como para satisfacer al autoproclamado “hombre arancelario”. Estados Unidos ha estado tomando medidas sin éxito para reducir la migración indocumentada desde los años cincuenta. Y la Unión Europea (UE) ha luchado para detener el flujo de migrantes y refugiados que llegan de Oriente Medio y África.

Si EE.UU. y la UE no pueden hacerlo, ¿por qué razón hay que creer que México sí puede hacerlo? Pero incluso si México logra un milagro, el daño a la economía global, al sistema comercial y a la posición de Estados Unidos en el mundo está hecho; y es sustancial.

–Glosado y editado–