Un cuerpo es transportado a un vehículo funerario en el Hospital Mount Sinai West en Nueva York, Estados Unidos, el pasado 28 de abril. (Foto referencial: EFE/EPA/Peter Foley).
Un cuerpo es transportado a un vehículo funerario en el Hospital Mount Sinai West en Nueva York, Estados Unidos, el pasado 28 de abril. (Foto referencial: EFE/EPA/Peter Foley).
/ Peter Foley
Mary T. Bassett

La imagen de las ciudades como focos de contagio es antigua. En el siglo XIX, la rápida urbanización estuvo acompañada de oleadas de enfermedades transmisibles a menudo letales. Pero en los últimos años, las ciudades de los podían jactarse de que la llamada ‘sanción urbana’ (‘urban penalty’) se había revertido. “Si quieres vivir más y más sano que el estadounidense promedio, entonces ven a la ciudad de Nueva York”, declaró en el 2011.

En el 2017 (el último año del que se tiene datos), tenía una expectativa de vida promedio de aproximadamente 2,5 años más que el resto de los Estados Unidos. Esta es una buena noticia, ya que la mayoría de la humanidad vive en ciudades, y en los Estados Unidos, más de la mitad de la población vive en ciudades de un millón de habitantes o más.

Pero luego llegó el y Nueva York se convirtió en un punto caliente para contagiados y fallecidos por COVID-19. A medida que se extendían las advertencias para quedarse en casa, muchos residentes ricos huyeron hacia sus casas de campo, playa o botes.

Conectar los puntos entre la densidad poblacional y la transmisión del virus parece lógico. Nueva York, con una población de 8,6 millones de personas, es la única megaciudad estadounidense. Y es el centro de la pandemia en el país norteamericano.

Pero todo lo que sabemos hasta ahora sobre el coronavirus nos dice que culpar a la densidad de la enfermedad es incorrecto.

Los datos del Departamento de Salud de la Ciudad de Nueva York indican que Manhattan, el distrito con la mayor densidad poblacional, no es el más afectado. Las muertes se concentran en los distritos exteriores, menos densos y más diversos. En toda la ciudad, los residentes negros y latinos están experimentando el doble de tasas de mortalidad que las de los habitantes de las ciudades blancas.

Luego está el resto del mundo. El coronavirus llegó también a ciudades asiáticas “hiperdensas” como Singapur (5,6 millones de residentes), Seúl (9,8 millones), Hong Kong (7,5 millones) y Tokio (9,3 millones); urbes con un número de habitantes parecido al de Nueva York, pero con muchas menos muertes registradas.

Los factores que parecen explicar los decesos por COVID-19 en los Estados Unidos son el hacinamiento de los hogares, la pobreza, la segregación económica racializada y la participación en la fuerza laboral. Los patrones del COVID-19 por vecindario en la ciudad de Nueva York siguen la línea histórica que estableció un legado de segregación racial hace 80 años.

La densidad poblacional no es lo mismo que el hacinamiento de hogares. En los Estados Unidos, se considera que un apartamento de una habitación ocupado por cuatro personas está hacinado. En el 2013, el Bronx tenía el porcentaje más alto de hogares hacinados de la ciudad de Nueva York (12,4%), seguido de Brooklyn (10,3%) y Queens (9,3%). Manhattan y Staten Island, por el contrario, tenían un 5,4% y un 3,4% de hacinamiento.

¿Por qué hay tantos hogares llenos de gente en Nueva York? Por el alto costo de la vivienda. Las altas rentas también son un motor de la falta de vivienda, que durante esta epidemia ha resultado mortal. El COVID-19 ha demostrado cuán peligrosos pueden ser los sitios abarrotados como las cárceles, los centros de detención o los hogares de ancianos.

Entonces, no es que haya demasiada gente en las ciudades. Es que muchos de sus residentes son pobres, y forman parte de las poblaciones vulnerables que tienen que trabajar durante la pandemia para mantener a sus familias, que viajan en transportes llenos de gente, que carecen de seguro médico y que viven con niños y ancianos.

En el siglo XIX, las epidemias se abordaron con medidas de salud pública, saneamiento, estándares de construcción y la introducción de aceras y parques. Hoy, las ciudades pueden hacer muchas cosas para reducir los riesgos de contagio: pueden aumentar la frecuencia de autobuses y trenes para reducir el hacinamiento, crear más espacios peatonales y para ciclistas y, sobre todo, construir viviendas más asequibles.

Las ciudades seguirán siendo un destino para las familias que desean un futuro mejor, los jóvenes que buscan una nueva vida y los migrantes que huyen del terror. La densidad de las ciudades subyace a su asombro: la gente, el ajetreo, el impulso democrático nacido de la mezcla de culturas e identidades. Y son lugares saludables para vivir.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times