Ahora que las protestas sobre la injusticia racial se han extendido por todo el mundo y han llegado a derribar estatuas, muchos temen que se busque reescribir la historia.
Sí, se trata de un proceso de reescritura porque, al fin y al cabo, esa es la labor de los historiadores que la reescribimos desde el presente en cada generación, porque la historia es dinámica, no estática, y lo que importa son las preguntas que nos planteamos desde el presente para comprender el pasado. Pero la incomodidad de muchos ante la posible desaparición de bloques de metal y mármol es comprensible: hay pocas cosas más revolucionarias que derribar a los poderosos. Sucedió en la memoria reciente con la caída del comunismo, fue parte de la Revolución francesa en la que se decapitaban estatuas, se vio durante la Reforma protestante que se ensañó con los santos y las vírgenes, así como cuando los bárbaros y los cristianos destruyeron las creaciones romanas y griegas.
Pero, cuando se derriba o busca derribar una estatua nos debemos preguntar, ¿por qué esta esa estatua ahí? ¿Quién la puso? ¿Cuándo? ¿Con qué fin? Los monumentos a los ‘grandes hombres’ son parte del arsenal de los estados, las instituciones y los grupos de poder en el proceso de crear una narrativa. No se trata nunca de artefactos inocentes o neutrales, su función es servir a la pedagogía de la nación, que indica a quién se debe recordar. Pueden servir también a las ciudades y haber sido colocadas en un lugar por autoridades municipales, pueden ser parte de instituciones que deciden poner estatuas en sus espacios o incluso pueden ser el resultado del esfuerzo de organizaciones que han logrado financiar monumentos y convencer a las autoridades de que era necesario que estuvieran ahí. Pero se trata, al fin y al cabo, de un espacio para quienes ejercen poder.
Cuando los manifestantes derribaron la estatua del traficante de esclavos Edward Colston en la ciudad de Bristol, no lo hacían desde un vacío. Por más de treinta años algunos ciudadanos habían librado una campaña cívica pidiendo que la estatua fuera puesta en su contexto, con una placa que indicara quién era Colston y lo complejo de su legado. Después de años de trabajo sigiloso, siguiendo los protocolos democráticos, no lograron su cometido porque la Cámara de Comercio de la ciudad impidió cualquier cambio que pudiera poner en tela de juicio el papel del benefactor de una de las ciudades que más se benefició de la trata de esclavos en Gran Bretaña.
La furia y el hartazgo de muchos, que consideraban una afrenta tener que vivir bajo la sombra de Colston, explotó el día de la manifestación. Esto no hubiera sucedido si no hubieran sabido quién era ese señor, qué representaba y cómo había sido imposible cambiar la narrativa sobre su figura. Sus acciones han abierto una caja de Pandora y ahora se han puesto en revisión muchas de las estatuas. En las ciudades donde hay gobiernos laboristas algunas ya han sido desmontadas.
La furia de los manifestantes en Amberes ante la estatua de Leopoldo II, que fue quemada y rociada con pintura roja, llevó a que la ciudad optara por sacarla, aceptando que tener en un lugar prominente al rey que coleccionaba cestos llenos de las manos de sus súbditos del Congo resultaba problemático. En los Estados Unidos, derribar estatuas no es novedad, muchas en los otrora estados confederados han ido cayendo y ahora que se le ha cortado la cabeza a una estatua de Cristóbal Colón, algunos preguntan si no es demasiado.
Colón es una figura difícil que para muchos representa la colonización, fue esclavista y leer sus diarios nos revela prácticas que hoy nos resultan aberrantes. Pero, ¿debemos por eso derribarlo? O más bien preguntar si el espacio que ocupa es el más apropiado. Lima resolvió su tema con Francisco Pizarro hace varios años, moviéndolo de lugar. El debate en su momento fue muy fuerte, y en el fondo para eso están las estatuas: para discutir con ellas, para debatir por qué queremos recordar a quienes recordamos. Se trata de pedazos de piedra y metal, pero están vivos, no caen a menos que le importen a la gente y derribarlos, moverlos, así como en su momento erigirlos es hacer historia.