A diferencia de las decenas de millones de personas en todo el mundo que han contraído el COVID-19 como consecuencia de la pobreza, de la mala suerte, de la vulnerabilidad en la que se encuentran por ser trabajadores esenciales o de malas decisiones de los responsables de las políticas, la infección del presidente estadounidense Donald Trump es por iniciativa propia. Su desdén por la ciencia y su menosprecio por los consejos de salud pública condujeron directamente a su propia enfermedad.
Desde que comenzó la pandemia, expertos en todo el mundo han rogado a la población que utilice máscaras faciales, que evite las aglomeraciones y que mantenga distancia con los demás para frenar la transmisión del coronavirus. Trump rechazó todos esos consejos. Apenas dos días antes de anunciar que él y la primera dama habían dado positivo, se burlaba de Joe Biden por usar mascarilla. “Yo no uso una máscara como él”, dijo durante el primer debate presidencial. “Cada vez que lo vemos, lleva puesta una máscara. Podría estar hablando a 60 metros... y aparece con la máscara más grande que yo haya visto”.
En los últimos meses, Trump ha venido realizando grandes mítines en los que asistentes sin mascarillas aparecen parados muy cerca unos de otros. Y ha desdeñado el uso de las precauciones básicas en la Casa Blanca.
Su imprudencia no solo lo expuso a él, a su esposa y a su entorno, al COVID-19, sino que también alentó a sus seguidores a burlarse de las advertencias de salud pública y a amenazar a los expertos en enfermedades infecciosas, contribuyendo a la propagación de la enfermedad. Muchos estadounidenses carecen de un alfabetismo científico elemental y son fácilmente influenciados. Trump no solo bloqueó una respuesta de salud pública federal efectiva, sino que también incitó a sus seguidores a practicar un comportamiento peligroso en todo el país.
Al igual que otros líderes que han contraído el COVID-19, Trump podría haber evitado infectarse si hubiera observado las restricciones de salud pública normales. No es accidental que políticos populistas con las mismas características de Trump, como el primer ministro británico Boris Johnson y el presidente brasileño Jair Bolsonaro, también se infectaran. Al igual que Trump, Johnson y Bolsonaro minimizaron la amenaza de la pandemia y se burlaron de las medidas de salud pública. Y al igual que los Estados Unidos, el Reino Unido y Brasil están entre los países más afectados del mundo, con una tasa de mortalidad por COVID-19 de 647 por millón de habitantes (Estados Unidos), 687 (Brasil) y 623 (Reino Unido), comparada con un promedio global de 133 por millón.
Por supuesto, la dispensación anticientífica de Trump tiene raíces más profundas en la política y en la cultura estadounidense reciente. Encaja con dos propósitos del Partido Republicano moderno que se remontan a Ronald Reagan. El primero es movilizar a la base cristiana evangélica y blanca del partido. Su rechazo hacia la ciencia está arraigado en la interpretación literal de las escrituras.
La segunda razón es el antiambientalismo rabioso del Partido Republicano moderno, que ha sido financiado por las grandes petroleras y las multinacionales del carbón durante décadas a cambio de acciones para bloquear y revertir regulaciones destinadas a la conservación ambiental y la seguridad climática. No es casual que Trump no solo rechace la ciencia básica de control del COVID-19, sino también la ciencia climática esencial. De la misma manera que declaró que el virus se desvanecería, recientemente auguró que el calentamiento global mágicamente se detendría: “Esto va a empezar a enfriarse. Van a ver”.
La agenda anticientífica de Trump ha puesto en peligro al mundo entero. En su administración, Estados Unidos se ha retirado del Acuerdo de París y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), frustrando así la lucha global contra el cambio climático y contra el COVID-19. En lugar de abordar las crisis globales sobre la base de la evidencia científica, Trump y su secretario de Estado Mike Pompeo han intentado lanzar una cruzada contra China.
Es difícil saber si el contagio de Trump hará que más estadounidenses tomen conciencia de las realidades de la salud pública y del cambio climático. La verdad ha sido vapuleada durante mucho tiempo y con mucha intensidad por parte del Partido Republicano y de sus aliados. Fox News, la creencia evangélica en la literalidad bíblica y la propaganda y aportes de campaña de las empresas han minado profundamente la propensión de Estados Unidos a basar sus políticas en la ciencia y la evidencia más que en las mentiras.
Espero que Trump se recupere de su enfermedad. Pero, como eso no ayudará a que Estados Unidos se recupere de su desgobierno, también espero que Joe Biden obtenga una victoria arrolladora en la elección del mes próximo. En ese caso, Trump probablemente pase el 2021 revisando, bajo juramento, un tipo muy diferente de evidencia: aquella relacionada a los cargos vinculados con su fraude bancario y de seguro que hoy está siendo investigado por fiscales de Nueva York.
–Glosado y editado–
Project Syndicate, 2020
Contenido sugerido
Contenido GEC