Rubén Vargas Céspedes

Juan es uno de los miles de emprendedores que trata de hacer patria en medio de la informalidad. El COVID-19 casi acaba con su negocio, un taller textil del que solo quedan unas cuantas máquinas. Hoy por la mañana subió al bus y se dispuso a revisar su celular. Estaba esperando un mensaje de un cliente que le encargó unos polos para la campaña navideña. Con este negocio lograba llegar a fin de año e, inclusive, pagar deudas.

A pocas cuadras le arrebatan el celular. “¡Es el segundo que me roban este año!”, pensó mientras bajaba del bus corriendo a ver si alcanzaba al ladrón. Con el robo anterior perdió a muchos clientes. No pudo conseguir un aparato prestado. Llevaba cuatro meses pagando el equipo móvil y ahora lo había perdido nuevamente.

En su desesperación llega a un puesto de serenazgo y le pide apoyo al personal. Tal vez por las cámaras pueden ver por dónde va el ladrón e intervenir. En la mesa del puesto ve los volantes de la campaña “guarda tu teléfono para que no te lo roben”. Además de estar endeudado y tener que volver a endeudarse, Juan ahora siente que el robo es su culpa. Al menos eso es lo que dice la municipalidad.

En efecto, el sereno le repite el mensaje de la campaña, pero amablemente le presta su celular para que llame a cancelar su línea y avise al banco. Ambos trámites los hizo rápido y, aparentemente, de manera exitosa.

Juan siente algo de alivio. Se va a su casa pensando en cómo llamar a sus clientes para avisarles del imprevisto y no perder la llamada que tanto espera. Ya por la tarde logra sentarse en una computadora para revisar su correo y la cuenta bancaria. El alivio le duró poco: los S/ 5.000 que se había prestado del banco para hacer los polos desaparecieron. Además, en su tarjeta habían cargadas dos compras de cigarrillos y alcohol.

Vuelve a llamar al banco y le dicen que debe hacer la denuncia. El operador del banco también le recuerda que su primera cuota vence en un par de días e igual debe pagarla. ¿Cómo es eso posible si yo les avisé del robo?, les pregunta Juan, a lo que le responden con voz robótica que esos temas los ve otra área.

Casi al finalizar el día, luego de acabar unos trámites y pagos, Juan llega a la comisaría a denunciar el robo. Después de esperar un rato, le atiende un joven suboficial que le recuerda que esa zona donde le robaron es peligrosa, y que debió tener más cuidado. “Los ‘venecos’ están operando en ese paradero. Los hemos detenido cuatro veces, pero la fiscalía los libera y no pasa nada”, le comenta con tono de resignación. Al costado otro agraviado le sugiere a Juan que declare que le apuntaron con una pistola desde una moto, para que así le den hasta 30 años de cárcel con la nueva ley. Juan no puede sino pensar en sus S/5.000, sus polos y su culpa.

Para convencer al banco y a pedido de la policía ahora Juan debe ir al serenazgo a pedir que le den las imágenes de las cámaras, pero el operador, mientras le pide que haga el trámite formal, le avisa que la cámara de ese paradero hace meses que no funciona. Las puso el alcalde anterior y la nueva gestión las quiere cambiar por unas de inteligencia artificial. Felizmente la cámara de un restaurante registró el hurto, pero la señora no quiere meterse en problemas y le dice a Juan que vaya a buscar su celular al puesto 54 de Las Malvinas y, si no lo encuentra, puede comprar allí mismo uno más barato.

“Yo te puedo ayudar con tu teléfono”, le dice un efectivo cuando regresa a la comisaría a avisar que nadie quiere darle los videos. Ya había perdido todo el día de trabajo, así que accede al apoyo. Dudoso le da la clave y el efectivo le muestra en la pantalla que su celular estaba activado en una calle cercana a Las Malvinas. “Si quieres yo voy y te lo traigo, pero hay un costo”. Juan revisa sus bolsillos y se resigna a decirle que no tiene cómo pagarlo.

Llegada la noche, Juan vuelve a su casa habiendo perdido un negocio, S/5.000, un celular y todo un día de trabajo. Si el COVID-19 casi acaba con su emprendimiento, el robo de su celular terminó de liquidarlo. En su mente están las caras y las voces del sereno, los policías, el banco y la operadora de telefonía que, en corto, le dicen: “Ya perdiste, Juan”.

Esta historia se repite cinco mil veces. Según Osiptel, esa es la cantidad de celulares que nos roban todos los días. Lo más trágico es que para Juan y las demás víctimas está claro que, frente al crimen, están absolutamente solos, no existe Estado ni autoridad. Los temas de la élite política (defensa del Estado de derecho, democracia, control político) no tienen ningún sentido práctico para ellos.

Rubén Vargas Céspedes es exministro del Interior

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