(Foto: Christian Ugarte/Archivo).
(Foto: Christian Ugarte/Archivo).
Diego Uceda

Hay personajes que, a pesar de haber partido físicamente, quedan en la mente y en el recuerdo de mucha gente, sobre todo ligada a la cultura, las artes y las letras.

partió hace dos años y sigue presente entre quienes lo quisimos y admiramos, como ser humano, en primer lugar, y como asesor presidencial, antropólogo, poeta, escritor, periodista, director del Instituto Nacional de Cultura y, sobre todo, historiador. Aquí quisiera hacer hincapié en su incursión en la novela histórica de la que, me atrevería a decir, es pionero en el Perú.

Tord poseía la rigurosidad del historiador y el arte y la belleza del poeta, por lo que sus libros se transformaban en historias absolutamente creíbles. Su publicación “Sol de los soles” es un magnífico ejemplo de mi afirmación, además de tener un especial énfasis en el relato, sobre todo en la época de la llegada de los españoles al Imperio Incaico.

Pero quisiera dedicar algunas palabras no al intelectual de nota sobre el que muchas personas, quizá con mayor autoridad que yo, han escrito, sino al Tord ser humano y mejor amigo.

Mucho se dice que los intelectuales se alejan o se recluyen del mundo para poder escribir y que, aislados de este, producen mejor sus trabajos. Luis Enrique Tord, sin embargo, era todo lo contrario. Amante esposo y ejemplar padre de familia, Tord sabía combinar su hogar con la bohonomía y el solaz esparcimiento con los amigos. Es así que, con la caballerosidad y el don de gentes que lo caracterizaba, su sonrisa y conversación culta invadía diversos grupos de amigos en los que empresarios, políticos, diplomáticos y ciudadanos de a pie disfrutábamos de su fino humor, y ni por asomo dejó de opinar lo que políticamente le parecía y pensaba. Más de una vez lo vi defender ardorosamente sus puntos de vista sin perder las formas.

Tord, asimismo, fue miembro del Congreso Constituyente Democrático y, tiempo después, lo pude acompañar como regidor de Lima.

Fue en esos años en los que disfruté más de su grata compañía y aprendí del ser humano noble y a veces jocoso que era, del conversador incansable de sobremesa y del amigo protector y consejero.

Quienes tuvimos el privilegio de ser sus cercanos amigos, entre ellos Rafael López-Aliaga (también ex regidor de Lima y exitoso empresario), Diego de la Torre y su viuda ‘Chichi’, decidimos crear la Fundación Luis Enrique Tord, una entidad que cumple un año de constituida y que viene desarrollando un rol propositivo en nuestra sociedad, promoviendo la cultura y la historia y premiando anualmente al mundo académico.

Es así que pronto estaremos presentando y editando el libro “Intuiciones, testimonio e imágenes” para descubrir a Luis Enrique Tord, que está compuesto por más de 40 declaraciones de familiares, amigos e intelectuales nacionales y extranjeros, que han sido recopilados por el periodista César Barrera.

Es por eso, y mucho más, que el legado de Tord seguirá vigente, así como su obra, abriendo el camino para que las nuevas generaciones se interesen por la cultura y la historia, aquella que con tanta pasión estudió e investigó.

Luis Enrique Tord ha sido un testigo privilegiado desde la segunda mitad del siglo XX que, en momentos de extrema dificultad para el país, supo conducirse con rectitud y desprendimiento. En ese sentido, es un honor para mí haber sido su amigo y tenerlo para siempre como mi mentor.

Tord no ha muerto; vive en la historia del Perú y, a través de su fundación, también en las futuras generaciones.