"En los próximos cinco años, el panorama pareciera todo menos amigable para las personas no heterosexuales". (Diego Pereira/Perú21)
"En los próximos cinco años, el panorama pareciera todo menos amigable para las personas no heterosexuales". (Diego Pereira/Perú21)
Ariana Lira Delcore

El miércoles terminó el mes del Orgullo, en el que las personas LGTB cobran un necesario pero insuficiente protagonismo en un país mayoritariamente conservador como es el nuestro. A partir de ahora, la lista de reclamos de reconocimiento legal de esta población –al menos 1,7 millones de adultos, según Ipsos– pasará nuevamente a segundo (o tercer) plano, en medio del terremoto político y sanitario.

Me permito el pesimismo no como resignación, sino como un llamado a la vigilancia. En los próximos cinco años, el panorama pareciera todo menos amigable para las personas no heterosexuales. Pedro Castillo –quien más temprano que tarde debiera ser proclamado presidente– ha demostrado a lo largo de la campaña ser un claro ejemplo de homofobia, y no reconocerlo resulta ingenuo. El profesor no solo ha declarado expresamente estar en contra del matrimonio igualitario, sino que ha sido grabado en mítines deslizando lo que quizás fueron las frases más transfóbicas del proceso electoral.

Por si fuera poco, en ninguno de sus dos planes de gobierno se plantean medidas a favor de la población . En el primero, se hace referencia al colectivo, aunque de manera peyorativa, como parte de la agenda de las ONG “financiadas por EEUU”. En el segundo, ni se menciona.

El Congreso no pinta mejor: de las diez bancadas, ocho son mayoritariamente conservadoras. Y, con la aparente derrota definitiva de , emerge con más fuerza como el líder de la oposición , religioso conservador cuya máxima concesión en campaña para la población LGTB fue hablar de una “ley de convivencia civil”, además de tener congresistas electos por su partido que consideran la homosexualidad una “deformación”, como Ricardo Medina Minaya.

Contrariamente a lo que muchos piensan, el discurso de nuestros líderes políticos sí importa. Lo hemos visto ya en Brasil donde, tras la primera vuelta electoral del 2018, se registraron ataques contra personas LGTB al son de arengas a favor de Jair Bolsonaro, incluyendo el asesinato de una mujer trans en Sao Paulo. La amenaza fue tal que llevó a la aplicación de citas gay “Grindr” a advertir a los usuarios de posibles agresiones.

Ese es el peligro de los discursos de odio por parte de quienes nos gobiernan: legitima y normaliza las agresiones. Y si a las autoridades que hemos elegido se suman el violento ambiente de polarización y los estigmas que aún existen –19% piensa que la homosexualidad es una enfermedad y 40% que es peligroso dejar a un niño con alguien homosexual, según Ipsos– la preocupación no es descabellada.

Es necesario, pues, ser tajantes en el rechazo a discursos discriminatorios por parte de nuestros líderes, sin importar la trinchera que se ocupe en este país dividido.

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