En épocas pasadas la historia de Lima ha sido usualmente identificada solo con la ciudad criolla surgida con la fundación española del 18 de enero de 1535, dejándose de lado lo que fueron los asentamientos prehispánicos en estos territorios. Incluso hoy en día, cuando se lamentan los problemas que padece nuestra ciudad, con frecuencia se evoca el orden y la tranquilidad de esa urbe pequeña y apacible que fue la “Lima antigua”.
Una Lima que, en cuanto a sus dimensiones, fue básicamente la misma desde el tiempo virreinal hasta muchas décadas después de la Independencia. Es verdad que la demolición de la muralla, en 1868, abrió paso a la expansión urbana, pero la Lima cuadrada siguió siendo el centro de la vida de la ciudad. Fue en el siglo XX cuando empezó el gran crecimiento, que se dio de la mano con la llegada, en números cada vez mayores, de inmigrantes, sobre todo desde provincias.
Es importante recordar que la complejidad y la variedad de su población, que hoy caracteriza a nuestra ciudad, fue también nota central de la Lima prehispánica. La sociedad indígena de ese tiempo –como lo ha estudiado María Rostworowski– estaba organizada en una serie de curacazgos, que formaban el señorío de Ychma, en el valle bajo de Lima. Este estuvo habitado muchos siglos antes de la llegada de Francisco Pizarro y la población costeña coexistió con grupos llegados posteriormente de otros territorios del mundo andino.
Es impresionante el crecimiento de Lima en las últimas décadas y son muchos los problemas que ha traído consigo. Con todo, hoy en día Lima representa el Perú integral; dejó de ser la ciudad criolla. En este sentido, César Pacheco Vélez –ilustre estudioso de Lima– escribió hace treinta años que Lima “se nos presenta hoy abigarrada e incoherente; ignorada o agredida por la mayoría de sus propios habitantes. Y sin embargo, nunca acaso como hoy estuvo más cerca de su destino de aglutinación y síntesis nacional desde las ocultas corrientes que discurren en lo más hondo de su memoria colectiva”.
En efecto, si en los siglos inmediatamente anteriores Lima pudo aparecer como distante del interior del país –y del mundo andino, en particular–, hoy en día es un compendio del Perú. Lo afirmó también Aurelio Miró Quesada, al referirse a la vinculación de la población costeña con la proveniente de las alturas andinas en la Lima prehispánica: “El destino de Lima es ser de síntesis”. Por eso, José María Arguedas consideró Lima como uno de los ámbitos más idóneos para estudiar lo andino.
En el contexto de los graves problemas que la ciudad debe resolver, uno no menor es el de la puesta en valor de la Lima cuadrada, como un conjunto urbano que pueda mostrar la diversidad del Perú, y que además pueda generar oportunidades de desarrollo para los limeños. En ese sentido, quiero destacar la importancia de los museos que se encuentran en el Centro Histórico, pues evidencian esa vocación de Lima por ser punto de integración de los peruanos. Entre ellos, por ejemplo, el Museo de Arqueología Josefina Ramos de Cox –ubicado en la plaza Francia–, que reúne la mayor colección arqueológica de la Lima milenaria, como ámbito de encuentro de poblaciones muy diversas; y el Museo de Artes y Tradiciones Populares –en la Casa Riva-Agüero–, que posee el más importante acervo de arte popular peruano, donado en buena parte por los propios artesanos, provenientes de las más diversas regiones, y que –muchos de ellos– han adoptado Lima como su ciudad.
Hay muchos ejemplos de centros históricos, en diversas partes del mundo, que han hecho compatible la conservación del patrimonio con el desarrollo social y económico. Ya debería ser el turno de Lima, en cuya diversidad reside su más importante riqueza.