“Este año seguirán intensificándose los ciberataques estadounidenses contra sus cuatro rivales, elevando el riesgo de que se produzca una primera ciberguerra mundial y un enorme desorden económico, financiero y político”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Este año seguirán intensificándose los ciberataques estadounidenses contra sus cuatro rivales, elevando el riesgo de que se produzca una primera ciberguerra mundial y un enorme desorden económico, financiero y político”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Nouriel Roubini

En el 2010 definí las crisis financieras no como los “cisnes negros” que Nassim Nicholas Taleb describía, sino como “cisnes blancos”. Según Taleb, los cisnes negros son sucesos que surgen de manera impredecible, como un tornado. Por mi parte, argumenté que las crisis financieras son más como huracanes: el resultado predecible de la acumulación de vulnerabilidades económicas, sumado a errores de políticas.

Más allá de los riesgos políticos y económicos usuales de los que la mayoría de los analistas financieros se preocupan, este año hay una serie de cisnes blancos visibles. Cualquiera de ellos podría gatillar graves perturbaciones económicas, financieras, políticas y geopolíticas, no vistas desde la crisis del 2008.

Para comenzar, está enzarzado en una rivalidad estratégica creciente con al menos cuatro potencias revisionistas implícitamente alineadas: China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Todas ellas tienen interés en desafiar el orden mundial liderado por los estadounidenses, y el 2020 podría representar un año crucial para ello, debido a las elecciones presidenciales en EE.UU. De manera similar, los cuatro revisionistas desean socavar el poder duro y blando de esta potencia en el exterior al desestabilizarla desde adentro mediante técnicas de guerra asimétrica.

A algunos países les interesa sacar a del poder. La aguda amenaza que su gobierno representa para el régimen iraní da a este todas las razones para escalar el conflicto en los próximos meses, incluso si eso significa una guerra abierta, apostando a que el alza subsiguiente en los precios del petróleo sería catastrófica para la bolsa de valores de EE.UU., gatillaría una recesión y acabaría con .

En cuanto a las relaciones chino-estadounidenses, el reciente acuerdo es un parche temporal. La guerra fría bilateral actual en temas de tecnología, datos, inversiones y finanzas está escalando rápidamente. La epidemia de COVID-19 ha reforzado la posición de quienes en EE.UU. argumentan por la contención y ha dado un impulso adicional al “desacoplamiento” entre China y EE.UU. Aunque la guerra fría chino-estadounidense es, por definición, un conflicto de baja intensidad, es probable una aguda escalada este año.

Pero en este punto una agresión abierta no es una opción. La respuesta inmediata de China a los esfuerzos de contención estadounidenses probablemente se exprese en la forma de tácticas de ciberguerra. Hay varios objetivos evidentes. Podrían interferir en las elecciones estadounidenses inundando a los votantes con información errónea y noticias falsas.

Las potencias revisionistas también podrían atacar los sistemas financieros estadounidenses y occidentales, como la plataforma SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication). Ya la presidenta del Banco Central Europeo ha advertido que un ataque cibernético sobre los mercados financieros europeos costaría US$645 mil millones. Y funcionarios de seguridad han expresado inquietudes similares acerca de EE.UU. donde una red de infraestructura de telecomunicaciones incluso más amplia es potencialmente vulnerable.

Para el año próximo, el conflicto entre ambas potencias podría haber escalado desde una guerra fría hasta una casi caliente. Un régimen y una economía china afectados seriamente por la crisis del COVID-19 y con disturbios masivos necesitará un chivo expiatorio externo, y es probable que dirija la vista hacia Taiwán, Hong Kong, Vietnam y las posiciones navales estadounidenses en los mares del Este y el Sur de China; la confrontación podría llegar a accidentes militares. También podría adoptar la opción financiera de volcar sus reservas de bonos del Tesoro estadounidense. Puesto que los bonos estadounidenses constituyen una parte tan grande de las reservas en moneda extranjera de China, a los chinos les preocupa cada vez más que se puedan congelar mediante sanciones de EE.UU.

Por supuesto, el ‘dumping’ de los bonos del Tesoro de EE.UU impediría el crecimiento económico si se vendieran los activos en dólares y se convirtieran de vuelta a renminbi. Pero China podría diversificar sus reservas convirtiéndolas en otro recurso menos vulnerable a las sanciones de Estados Unidos: el oro. De hecho, China y Rusia han estado acumulando reservas de oro, lo que explica el aumento de un 30% en los precios de este metal desde principios del 2019. En un escenario de venta total, las ganancias de capital obtenidas con el oro compensarían cualquier pérdida sufrida por deshacerse de los bonos del Tesoro de EE.UU.

Por supuesto, Estados Unidos no se quedará quieto mientras recibe este ataque. Este año seguirán intensificándose los ciberataques estadounidenses contra sus cuatro rivales, elevando el riesgo de que se produzca una primera ciberguerra mundial y un enorme desorden económico, financiero y político.

Más allá del riesgo de que se produzcan serios conflictos geopolíticos en el 2020, existen riesgos relacionados con el cambio climático que podrían causar costosos desastres ambientales. El cambio climático no solo traerá caos económico y financiero en algunas décadas. Es una amenaza aquí y ahora. Cualquiera de ellos podría augurar un cisne negro ambiental, como podrían hacerlo “puntos de inflexión”. Ya sabemos que está en aumento la actividad volcánica submarina: ¿qué pasaría si esa tendencia se traduce en una rápida acidificación marina y la desaparición de los recursos pesqueros de los que dependen miles de millones de personas?

Esta lista no es para nada exhaustiva, pero apunta a lo que podría esperarse razonablemente en el 2020. Mientras tanto, los mercados financieros siguen negándose a ver los riesgos, complacientemente convencidos de que las principales economías y los mercados globales pueden esperar un año tranquilo.


–Glosado y editado–

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