(Foto: Reuters)
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Heather Hurlburt

Es difícil imaginar que hoy el 97% de estadounidenses coincidan en algo. Pero según Pew Research, muchos apoyan firmemente (86%) o algo (11 %) la cooperación internacional para combatir enfermedades infecciosas. Ya sea para acelerar los ensayos clínicos de posibles tratamientos o utilizando lazos personales para rastrear equipos de protección, muchas instituciones de EE.UU. se están asociando con otras en el mundo, incluso cuando los estados mantienen disputas públicas. Sin embargo, de la media docena de planes de “reapertura” presentados en las últimas semanas, ninguno propone un papel para la cooperación internacional a fin de aumentar las pruebas y reanudar la vida económica y social.

Ninguno parecía pensar que los funcionarios locales y nacionales pudieran ganar algo de sus contrapartes extranjeras en tiempo real. Ese punto ciego refleja una falla mayor en la forma en que los pensadores e instituciones estadounidenses continúan dividiendo ilusoriamente el mundo entre el hogar y el extranjero.

Hasta el 80% de los ingredientes clave en los productos farmacéuticos provienen del extranjero. Casi la mitad del suministro de mascarillas de EE.UU. proviene de China. La FDA dice que el 15% del suministro de alimentos de EE.UU. es importado, pero eso incluye, por ejemplo, casi el 95% de nuestros mariscos.

En nuestra vida, nos beneficiamos de la cooperación internacional en todo, desde el correo hasta el tráfico aéreo, sin mencionar la vigilancia de enfermedades. La economía internacional la vemos como una fuerza de la naturaleza, más que como un entorno que podemos moldear con políticas o elecciones del consumidor.

Fuera de pantalla, las divisiones rígidas entre la política nacional e internacional persisten en la academia. No solo es posible, sino preferido, obtener un doctorado en política o salud pública de EE.UU. sin tomar una clase “internacional”. Los incentivos profesionales son igualmente bifurcados. Si desea un puesto en un ‘think tank’ en asuntos internacionales, no pase demasiado tiempo pensando o escribiendo visiblemente sobre asuntos nacionales.

Ahora, algunas ciudades y estados de EE.UU. ya están trabajando con socios internacionales. Las conexiones internacionales de los líderes locales han sido clave para su éxito en el suministro de equipos. Massachusetts se está asociando con una ONG mejor conocida por su trabajo de salud en Haití para rastrear los contactos de todas las personas que dan positivo por el virus.

Algunos gobernadores y alcaldes ya tienen asesores experimentados y bien conectados para asuntos internacionales que han liderado tales esfuerzos. Un plan reflexivo para la reapertura podría instar a cada estado o región a trabajar para conectarse con la experiencia y los recursos en todo el mundo. En conjunto, esos pasos ayudarán a las comunidades a recuperarse más rápido y de manera más sostenible. También harán algo mucho más grande: señalar el camino hacia un nuevo tipo de internacionalismo, en el que la alta política y la geoestrategia de la Guerra Fría sean reemplazadas por cooperación.

Ya hemos visto esto en dos campos a menudo percibidos como archirrivales: los negocios internacionales y la política climática global. En los niveles más altos, algunas experiencias y conexiones internacionales son una necesidad profesional más que un detrimento.

El sistema de cooperación internacional actual comenzó hace 75 años, con un grupo de líderes construyendo procesos donde creían que era necesario. Sería un resquicio de esperanza significativo si el coronavirus también pueda destruir un conjunto de rancias expectativas de la era pos-Guerra Fría.

–Glosado y editado–

© The New York Times

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