El nombramiento de Rishi Sunak, el tercer primer ministro de Gran Bretaña en cuatro meses, representa un bienvenido reinicio para una nación que se enfrenta a su peor crisis económica en décadas. Muchos la están calificando como una victoria del multiculturalismo británico: el presidente estadounidense Joe Biden declaró que el nombramiento del primer primer ministro británico no blanco es “un hito pionero”. Hay que remontarse a mediados del siglo XIX y a la época de Benjamin Disraeli para encontrar la última vez que Gran Bretaña tuvo un líder perteneciente a una minoría étnica.
Ahora Gran Bretaña está dirigida por un hindú practicante, mientras que el alcalde de Londres es musulmán. Sin embargo, a diferencia de Disraeli, Sunak, de 42 años, es extremadamente rico y está casado con la hija de un multimillonario indio. Formado en la Universidad de Oxford, ha trabajado en Goldman Sachs y estudiado en Stanford. Pero la enorme riqueza de los Sunak, así como el escándalo que rodea la condición fiscal de no residente de su esposa, hacen de Rishi Sunak un objetivo fácil. Cualquier buena voluntad puede evaporarse rápidamente si, como se espera, los menos favorecidos se enfrentan a medidas de austeridad económica, impuestas por un líder cuya familia política es más rica que la misma realeza.
No obstante, la elección de Sunak –no por la ciudadanía, sino por 200 compañeros parlamentarios conservadores– es motivo de optimismo; su presencia ya ha ayudado a estabilizar los mercados financieros tras los temblores de las últimas semanas. Como exministro de Economía, cargo que ocupó bajo el mandato de Boris Johnson, Sunak entiende los problemas a los que se enfrenta la economía británica. Fueron sus políticas de alto gasto durante la pandemia del COVID-19 las que contribuyeron, en parte, al actual agujero negro de US$57.000 millones en las finanzas del país. Para arreglar ese déficit, va a ser necesario un fuerte aumento de los impuestos, así como impopulares recortes del gasto público.
Así pues, Sunak se enfrenta a una tarea monumental: resucitar una economía británica tambaleante, unir a un Partido Conservador profundamente dividido, librar una batalla legal con la UE sobre el estatus de Irlanda del Norte tras el ‘brexit’, y todo mientras gestiona los crecientes costes energéticos. En política exterior, debe decidir si antepone los recortes del gasto británico en el apoyo a Ucrania. Mientras tanto, el presidente Biden está presionando a Sunak para que distancie a Gran Bretaña de China –el tercer mayor socio comercial del Reino Unido– por la postura cada vez más amenazante de China hacia Taiwán.
Al menos el nuevo líder conservador no puede hacerlo peor que su predecesora, Liz Truss, cuyo plan de aplicar unos US$50.000 millones en recortes fiscales sin financiación llevó a la libra a mínimos históricos frente al dólar y provocó el pánico en el mercado de bonos del Estado Británico, aumentando significativamente el coste del endeudamiento estatal. Truss solo duró 44 días en el cargo, siendo la primera ministra más breve y calamitosa de los tiempos modernos.
Puede que se haya ido, pero los problemas a los que se enfrentaba Truss no lo han hecho. La inflación en Gran Bretaña es casi del 9%, la más alta en 40 años, alimentada por el aumento de los costes de la energía; un fenómeno experimentado en toda Europa desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Esto, junto con un desplome de la producción económica desde el 2016, ha contribuido a una caída tangible del nivel de vida de millones de británicos. El Reino Unido es el único país del G7 que no ha igualado o mejorado sus niveles de producción económica anteriores a la pandemia.
Entonces, ¿por qué el Reino Unido ha tenido un rendimiento inferior? ¿Dónde está el “dividendo del ‘brexit’” prometido por la ruptura con Europa? Hasta ahora, al menos, hay pocos indicios de que la independencia haya galvanizado a las empresas británicas de la forma en que los ‘brexiteers’ dijeron que lo haría. En muchos casos, ocurre lo contrario: las empresas se enfrentan a un aluvión de obstáculos burocráticos cuando intentan comerciar en la UE, mientras que el ‘brexit’ ha provocado retrasos en la incorporación del Reino Unido a Horizonte Europa, el programa de financiación de la investigación científica de la UE, que cuenta con un presupuesto de US$95.000 millones. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, el organismo oficial de previsión del Reino Unido, no ha cambiado su predicción para el 2020 de que el ‘brexit’ reducirá el PBI en un 4%, en comparación con un modelo en el que el Reino Unido permaneciera en la UE: una pérdida estimada de US$46.000 millones al año en ingresos estatales.
Pero no esperen que Sunak dé marcha atrás con el ‘brexit’; ha sido un entusiasta defensor del proyecto desde el 2016. Incluso dice que quiere construir una economía que aproveche las oportunidades del ‘brexit’. Los partidarios de la línea dura del ‘brexit’ siguen ejerciendo una influencia significativa dentro del Partido Conservador en el Parlamento. En uno de sus primeros movimientos, Sunak reintegró polémicamente a su gabinete a Suella Braverman, una partidaria de la línea dura del ‘brexit’ que encabezará los últimos esfuerzos para controlar la inmigración en el Reino Unido.
Mientras tanto, el Reino Unido sigue en curso de colisión con la UE por el acuerdo de mantener las fronteras abiertas entre la provincia británica de Irlanda del Norte y el Estado miembro de la UE, la República de Irlanda. La UE ha iniciado un proceso judicial contra Gran Bretaña por incumplir el acuerdo, mientras que Sunak está presionado para que anteponga la cuestión de la soberanía del Reino Unido a la de hacer las paces con Bruselas. Se trata de una prueba clave para el liderazgo de Sunak: ¿podrá trazar su propio rumbo como líder o tendrá que plegarse a la voluntad de los partidarios de la línea dura del ‘brexit’ –como hizo Johnson– para mantenerse en el poder?
Tras la catástrofe de Truss, las expectativas son comprensiblemente bajas. A Sunak le basta con estabilizar la economía en los próximos dos años para que su mandato se considere un éxito. ¿Pero no debería Gran Bretaña esperar más de un gobierno conservador que lleva 12 años en el poder? Todo lo que los aliados diplomáticos de Gran Bretaña le piden a Sunak es que restaure la reputación del Reino Unido como modelo de fiabilidad y democracia. Así pues, el objetivo de Sunak por ahora debe ser el de una aburrida estabilidad. Pero, con tanto en juego, es probable que la realidad termine siendo todo menos eso.