Las elecciones mexicanas nos dejaron muchas sorpresas y pocas certezas: Claudia Sheinbaum, protegida del presidente saliente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ganó de manera arrolladora y se convirtió en la primera presidenta electa del país. Su partido, Morena, ganó siete de los nueve estados en disputa, además de la gobernación de la Ciudad de México. Pero más significativo todavía es que el partido estuvo a punto de conseguir una supermayoría de dos tercios en ambas cámaras del Congreso.
Aunque el resultado refleja la popularidad de AMLO y algunas de sus políticas económicas, también ha causado preocupación por el futuro de la joven y frágil democracia mexicana.
La rotunda victoria de Sheinbaum se puede atribuir en parte al aumento del ingreso disponible de la mayor parte de los trabajadores mexicanos, tanto del sector formal como del informal. En los últimos cinco años, el salario real mínimo se duplicó y el salario promedio en la economía formal aumentó aproximadamente 10% en términos reales.
La historia económica mexicana puede ayudarnos a explicar cómo se las ingenió AMLO para implementar esas políticas sin causar aumento de precios, quiebras generalizadas o déficits presupuestarios gigantescos. Desde mediados de la década de 1980, los bajos salarios fueron la principal herramienta antiinflacionaria de los gobiernos mexicanos, pero, aunque fue una estrategia eficaz para controlar la inflación, también mantuvo al ingreso en niveles espantosamente bajos.
La arrasadora victoria de Sheinbaum implica que su gobierno tendrá mucha más libertad para avanzar con la agenda legislativa, pero, aunque el nuevo Congreso está convocado para el 1 de setiembre, AMLO continuará en ejercicio hasta finales de ese mes. Esa “ventana de setiembre” puso nerviosos a los inversores y llevó a que el peso se debilite y caiga la bolsa mexicana.
AMLO podría, por ejemplo, aprovechar la ventana de setiembre para presentar en la Cámara de Diputados y Senadores sus propuestas de reformas judiciales y electorales. De ser aprobadas, los jueces de la Corte Suprema pasarían a ser elegidos mediante el voto popular y se eliminaría el sistema de representación proporcional del Legislativo, reduciendo a sus miembros de 500 a 300.
Independientemente de que se aprueben durante el mandato de AMLO o de Sheinbaum, esas reformas de hecho eliminarían en gran medida la separación de poderes construida con tanto esfuerzo durante los últimos 25 años. En el seno del plan de Morena para consolidar el poder yace la noción del gobierno de la mayoría: según AMLO, si la mayoría de los votantes mexicanos apoya a su partido, agenda y sucesor designado, esas preferencias debieran reflejarse en el Congreso, el Poder Judicial, todo el aparato estatal, los medios de difusión y hasta el Banco Central. Se trata de un enfoque completamente opuesto a la separación de poderes, uno de los principios fundamentales de las democracias liberales. Dada su tumultuosa historia, la centralización del poder en una única persona o poder de gobierno es precisamente lo que México debe evitar.
A pesar de la contundente victoria de Sheinbaum sigue habiendo mucha incertidumbre: es posible que Morena no consiga bancas suficientes para enmendar la Constitución, y tal vez Sheinbaum no impulse las reformas judiciales y electorales de su predecesor, especialmente si causan una violenta reacción negativa del pueblo (además, es posible que los cambios propuestos no sean compatibles con los tratados internacionales ratificados por México).
De todas formas, cuesta mantener el optimismo dado que los votantes mexicanos decidieron empoderar a un partido y a un líder cuya agenda legislativa podría socavar a las instituciones democráticas y tener consecuencias impredecibles; es un escenario que ya hemos visto, tanto en México como en otros países... y rara vez termina bien.
–Glosado y editado–
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