Brasilia ha sido escenario del encuentro de presidentes convocado por Lula da Silva con el propósito de relanzar Unasur como una plataforma regional “progresista, funcional a su objetivo de convertir a Brasil en potencia mundial”. Inmediatamente antes, recibió con honores a Nicolás Maduro, a quien planteó incluir a Venezuela en el grupo de los BRICS –la nueva prioridad internacional de Lula–. También le propuso el fortalecimiento de la industria petrolera venezolana con la colaboración de la enorme empresa brasileña Petrobras (donde se concertó lo que devino en el corrupto esquema de Lava Jato).
En la cumbre se evidenciaron las reservas que despierta Unasur en una América del Sur heterogénea y poco dispuesta a seguir liderazgos socialistas como el de Lula y, menos aún, a tolerar mansamente la presencia de Maduro que el brasileño pretendió imponer. El recibimiento del dictador del socialismo del siglo XXI fue por todo lo alto y con declaraciones que lo presentaron como víctima de la negra “narrativa” creada por el imperialismo occidental. Debería preocupar que el compadrazgo Lula-Maduro propicie la informal integración de Venezuela en el grupo de presidentes sudamericanos empeñados en concertar una proyección internacional de la región.
Al diluir la presión brasileña, los presidentes mostraron una notable capacidad diplomática y política para identificar coincidencias tan importantes como las consignadas en el “Consenso de Brasilia”, y trazar la ruta de trabajo que encomendaron a los cancilleres para hacer una evaluación de las variopintas experiencias de los mecanismos de cooperación e integración hasta ahora ensayados y presentarla en una próxima reunión de los jefes de Estado. El acuerdo es la fórmula inteligente que se ha logrado para superar la diversidad de opiniones y las críticas que se escucharon a presidentes políticamente tan diferentes como el uruguayo Luis Lacalle, el ponderado izquierdista chileno Gabriel Boric, el pragmático ecuatoriano Guillermo Lasso o el nuevo mandatario derechista de Paraguay (exsecretario del dictador Stroessner).
El último encuentro de presidentes sudamericanos había sido convocado por el presidente Sebastián Piñera en Chile en marzo del 2019 para crear Prosur en remplazo de Unasur. Invitó a todos sus pares, con excepción del venezolano, por no tener una “vigencia clara de la democracia y del estado de derecho”, y un “respeto pleno a las libertades y a los derechos humanos de sus habitantes”. Hay que decir que Prosur no tuvo una presencia internacional relevante, pero fue un camino para que sus miembros suspendieran su participación en Unasur.
En la cita presidencial de Brasilia, se ha popularizado el manoseado neologismo político de la “narrativa”: el simple “relato” factual que se convierte en una forma de relativizar la percepción de los hechos a la medida de políticos y gobiernos.
Comentando la afición de Lula por esa “narrativa”, dos presidentes jóvenes como Boric (un socialista de buena fe) y Lacalle (un conservador moderno) han tenido expresiones muy claras: “tenía una discrepancia con lo que señaló el presidente Lula el día de ayer en el sentido de que la situación de derechos humanos en Venezuela era una construcción narrativa” (Boric); y “cuando pongamos la firma, no tenemos [todos los presentes] la misma definición, que creo que es una, la de la Real Academia Española, de lo que son el respeto a las instituciones, los derechos humanos y la democracia” (Lacalle).