Luiz Inácio Lula da Silva llegó a la sede de la Policía Federal de la ciudad de Curitiba para cumplir una condena de más de 12 años de cárcel por corrupción. (Foto: AFP)
Luiz Inácio Lula da Silva llegó a la sede de la Policía Federal de la ciudad de Curitiba para cumplir una condena de más de 12 años de cárcel por corrupción. (Foto: AFP)
Carlos Novoa Shuña

La orden de arresto dictada contra es un durísimo golpe no solo para la clase política brasileña, sino también para toda la izquierda de la región, que pierde a uno de sus más carismáticos líderes, siempre dispuesto a echar una mano a sus correligionarios latinoamericanos.

Lula da Silva, de 72 años, parece uno de esos personajes nacidos para hacer noticia y su cinematográfica biografía tiene, por ahora, un infeliz final. Llegado desde el pobre nordeste brasileño hasta la zona industrial del gigante Sao Paulo, Lula consolidó su carrera política como un líder sindical del sector metalúrgico, sosteniéndose en radicales ideas socialistas con las que candidateó tres veces a la presidencia sin éxito.

Recién en su cuarto intento, Lula accede a la jefatura de Estado con el Partido de los Trabajadores (PT). En su gobierno, logró consolidar algunas reformas sin caer en el radicalismo, pero sí con mucho énfasis en políticas asistencialistas como el programa Hambre Cero, con el que millones de familias accedían gratuitamente a una bolsa de alimentos.

Sin embargo, la administración de Lula da Silva (2003-2010) no pudo escapar a los escándalos de que le han pasado factura en los últimos años. El ‘mensalao’ fue un caso que destapó cómo algunos parlamentarios recibieron sobornos a cambio de apoyar proyectos de ley impulsados por el gobierno de Lula.

Hoy, el ex presidente brasileño fue condenado a 12 años de cárcel por recibir como regalo un lujoso departamento en Guarujá, en el litoral de Sao Paulo, de la constructora OAS, empresa que se vio favorecida con contratos realizados con la estatal petrolera Petrobras.

Aunque Lula ha dicho que es inocente, el Supremo Tribunal Federal de Brasil resolvió rechazar el hábeas corpus presentado por su defensa con la finalidad de evitar la cárcel.

Más allá de algunos cuestionamientos realizados por gobernantes o ex gobernantes de izquierda, como Evo Morales de Bolivia o Ricardo Lagos de Chile, para quienes no se llevaron a cabo las investigaciones de manera regular, lo cierto es que Lula afronta aún otros procesos y que, en este caso, se han cumplido las investigaciones debidas en cada instancia.

Ver a Lula en la cárcel por un caso de corrupción representa un golpe de muerte para la imagen de la izquierda, no solo en Brasil, sino en toda la región, pues este año al menos tres procesos electorales podrían cambiar la configuración geopolítica latinoamericana.

En mayo habrá elecciones en Colombia y Gustavo Petro asoma con posibilidades de ganar. México tendrá comicios en julio y Andrés Manuel López Obrador lidera las encuestas. Tanto Petro como López Obrador son dos candidatos de izquierda frecuentemente presentados por sus críticos como populistas y seguidores del estilo de Hugo Chávez.

Si Petro y López Obrador no ganan, además de un Lula fuera de juego por estar encarcelado, Colombia, México y Brasil no entrarían a cambiar la configuración del bloque latinoamericano como lo hicieron con el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) en la mejor época de Hugo Chávez, apadrinado por Lula da Silva.

Brasil no ha sido ajeno a los escándalos de corrupción que han sacudido a toda la región. Decenas de ministros, asesores y parlamentarios están presos. Pero con Lula se trata de la primera vez que un ex presidente va a la cárcel. El golpe es mayor.

Asumir las consecuencias de Lula en la cárcel tendrá un efecto en el tema político porque ahora el PT tendrá que revaluar su participación. Cualquier candidato a la presidencia, ya sea de izquierda, derecha o centro en Brasil, no alcanzará el carisma y liderazgo que Lula da Silva ejercía en toda la región.