“Cada semana, un millón de personas pasan de las zonas rurales a las urbanas aumentando el tamaño de las ciudades y esta tendencia va a continuar hasta mediados de siglo”, indica Geoffrey West, profesor del Instituto de Santa Fe y autor de “Escala” (“Scale: The Universal Laws of Growth”, Penguin Press, 2017). West señala que las ciudades y las empresas tienen un metabolismo similar al de los animales. Siguiendo las leyes de la escala exponencial o logarítmica, el consumo de energía, agua, la generación de desechos e incluso la incidencia de criminalidad tienen porcentajes similares de acuerdo al tamaño de la ciudad que son casi independientes de la ubicación geográfica.
Estas ideas proporcionan un ángulo intelectual estimulante, aunque son difíciles de utilizar para diseñar políticas públicas. Si las ciudades siguen un patrón más o menos mecánico de evolución, entonces los problemas urbanos deberían resolverse por sí mismos. Aunque algo así ocurrió en muchas ciudades del norte, donde los barrios marginales de la ciudad fueron desapareciendo con su evolución, en las ciudades del mundo en desarrollo la marginalidad parece volverse permanente.
Ante esto, el uso de macrodatos está proporcionando una nueva visión de las ciudades con información muy detallada en temas de expansión urbana, aglomeraciones económicas, áreas de pobreza e infraestructura, ayudando a entender las diferencias. El “Atlas de expansión urbana” del Instituto Marron de la Universidad de Nueva York muestra las grandes tendencias y evolución de la urbanización, y la iniciativa LSE Cities, del London School of Economics, muestra gráficamente la densidad y concentración económica.
A estos se suma el Instituto Mansueto de Innovación Urbana, de la Universidad de Chicago, que ha lanzado el proyecto Un Millón de Vecindarios (Million Neighborhoods) dirigido por el profesor Luis Bettencourt. El mapa global, disponible en Internet, muestra al nivel de cuadra por cuadra el acceso a servicios básicos como agua, desagüe, transporte, intersecciones, indicando con colores el nivel de precarización de los vecindarios, barrios y ciudades. A nivel agregado, el planisferio muestra que en el África subsahariana y en el sur de Asia hay ‘pobre acceso’ a servicios, mientras que en las ciudades de Asia, el norte de África y el sur de América Latina predomina el color azul, que indica que existe ‘buen acceso’ a servicios. Es pasmosa, por ejemplo, la diferencia entre la República Dominicana, en azul, y Haití, mayormente en rojo, a pesar de ser vecinos que comparten una misma isla.
No es sorpresa que en América Latina las zonas de la cordillera de los Andes y de la selva que comprenden el Perú, Brasil, Ecuador y Colombia tengan pobre acceso a servicios. Sin embargo, al magnificar el mapa para ver las grandes ciudades con más detalle, se observa con gran claridad la convivencia entre las zonas de buen acceso y las de pobre acceso. En ciudades como Lima, Quito, Bogotá, y numerosas urbes de México, Centroamérica y el Caribe, se muestra este patrón de desigualdad urbana, que refleja la calidad de la urbanización. Sin duda, esta ineficiente distribución espacial alienta la precariedad y el acceso a empleos de gran parte de la población de las ciudades.
En los artículos académicos que sirven de base al proyecto, Bettencourt indica que, de los 4 mil millones de personas que habitan en las ciudades, mil millones viven en barrios marginales, y ese número podría triplicarse para el 2050 si no se hace nada para revertir esta tendencia. Para enfrentar este desafío, Bettencourt propone coordinar con pobladores a nivel de la comunidad para identificar las brechas de acceso a infraestructura y servicios, acordando soluciones de consenso para que sean duraderas y sostenibles.
Esto coincide con las nuevas tendencias de la política y mejora urbana donde, por un lado, el uso de macrodatos permite una visión de conjunto de la ciudad desde diferentes perspectivas, mientras que las acciones locales se encuentran más orientadas a medidas específicas tales como restringir el uso de automóviles en un conjunto de cuadras o bloques aledaños, promover las vías para bicicletas, aprovechar las cercanías de ríos y playas para integrar calles con esparcimiento, implementar espacios públicos compartidos y evitar la segregación.
La planificación urbana solía estar dominada por los “planes maestros”, con grandes visiones de cómo debe ser organizada la ciudad. Hoy estamos marchando hacia una interesante integración entre la visión regional que ofrece el plan, con la intervención más puntual en la mejora de las calles y espacios públicos, revalorando al mismo tiempo la participación de los residentes, los comercios y las empresas. El proyecto Un Millón de Vecindarios nos ayuda a diseñar políticas más efectivas para ordenar la ciudad.
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